Capítulo 14 - La curiosidad que mató al gato

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La noche rojiza de afuera trajo consigo un espectáculo feroz de truenos que hacían temblar las vitrinas del internado. Antonia no podía dormir, pero disfrutaba la presencia de semejante tormenta que se aproximaba. Lo que no imaginaba, es que aquella temible tempestad no era tan fuerte como la que se avecinaba por el pasillo, con el ruido de unos tacones acelerados que retumbaban más que los feroces rayos. Cuando quiso acordar, la directora y un par de monjas la habían rodeado, entre ellas, la hermana Irene. Sus miradas eran inquisidoras, y su forma de hacerla levantar a prepo en mitad de la noche, no vaticinaba nada bueno para ella. Antonia era llevada a rastras por aquel par de monjas, como una prisionera recibiendo una implacable sentencia.
El forcejeo no le ayudó en nada, cuatro manos retenían su intento de soltarse, tampoco los gritos de auxilio que despertaron a todas las chicas en la habitación. Ni la hermana Irene parecía tener contemplación, por más que haya intentado persuadirla.

—¡Hermana, por favor, ayúdeme! ¡Debe ser algún malentendido! —Le rogaba a Irene, quien no se atrevía a mirarla a los ojos—. ¡¿Qué me van a hacer?!

El horror se había apoderado de su mente. Se sentía como un animal indefenso yendo directo al matadero mientras sus compañeras de cuarto miraban igual de aterrorizadas.

—¡Váyanse a dormir! —dijo la directora con el tono imperativo que la caracterizaba—. Mañana despiertan temprano.

El disturbio generado por Antonia, la directora y el par de monjas se disipó al cerrar la puerta, sin embargo, todas habían quedado preocupadas por la situación, entre ellas: Raquel e Isabel, quienes además de preocupadas, sentían un escalofrío aterrador de pensar en lo que podría sucederle.

—¿Será que se enteraron que estuvo en la oficina de la directora? —supuso Raquel con cierto temblor en sus manos.

—No sé, no la alcanzó a ver —respondió Isabel con la vista perdida. Aunque por fuera parecía tranquila, estaba conmocionada por lo que acababa de ver.

—Entonces... será que la hermana Irene le contó que el demonio sigue acá y ella lo vio? —Siguió suponiendo Raquel, cada vez más intranquila en cuanto su mente daba vueltas—. Si es así... ¡seguimos nosotras! Nos van a castigar una a una.

—No sé, pero hay que salvarla —Isabel sintió un dejavu con toda aquella situación, un frío espantoso que le impulsaba a tomar acción.

—¡¿Estás loca?! —susurró Raquel pensando que el demonio había poseído a Isabel, solo así se le podría ocurrir semejante hazaña—. ¡Si nos llegan a atrapar estamos muertas!

—Ya perdí dos amigas por no asumir mi responsabilidad. Las dos se sacrificaron por mí, de la misma forma que Antonia también lo ha hecho hasta ahora, y no puedo dejarla sola —Le explicó Isabel, por primera vez en su vida sentía que era el momento de tomar acción—. Y como vos me dijiste: es hora de que me haga cargo de las cosas.

Aunque tenía razón, y sus fundamentos estaban justificados, Raquel pensaba que definitivamente el demonio se le había metido dentro al ver una faceta de Isabel que hasta ahora no había visto. La joven estaba decidida a ir por Antonia, aunque solo los truenos fueran su compañía en la oscuridad.

—No hay duda, se le metió el diablo —susurró Raquel para sí misma al ver su intención de salir de la habitación—. ¡Esperame, voy con vos! —Raquel no sabía bien lo que estaba haciendo, pero prefería acompañarla antes que vivir con la culpa.

***

Mientras tanto, Antonia era arrastrada a su inminente castigo a través de los pasillos oscuros que se iluminaban con el candelero de la directora. La chica sentía pavor del destino que le esperaba. Lo más aterrador del peligro es cuando apenas consigues imaginarlo; cuando apenas consigues anticiparlo, y Antonia no sabía qué penitencia esperar al final del camino. ¿Terminaría igual que Ana y Carmen? ¿Serían los truenos de afuera lo último que vería? Tal vez era la estatua de Jesús crucificado que la esperaba en la capilla y frente al que sería obligada a arrodillarse entre un manto de maíz que se incrustaba hasta los huesos y le desgarraba la piel. Su tortura no terminó allí, el horror que vivió durante una tortuosa hora se intensificó al ser encerrada en lo que parecía ser un confesionario oscuro y estrecho, en el que apenas conseguía mover alguno de sus castaños cabellos. Debía permanecer allí, de rodillas, con su cabeza inclinada en una especie de caja que presionaba con firmeza la piel lastimada. Antonia lloraba del dolor que se clavaba como agujas en sus destrozadas rodillas. Ninguno de sus inútiles golpes pudieron liberarla de aquella jaula, mientras la directora parecía regocijarse al verla allí metida.

Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora