Capítulo 3 - Contra la espada y la pared

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La celda era fría y oscura. Una gotera a un rincón parecía querer desafiar la paciencia de Josefina en aquel lugar silencioso. El ruido del agua impactando en el charco la traía de un golpe hacia la miserable realidad cuando intentaba perderse entre sus recuerdos para no volver. Antonia no estaba, hacía muchas horas que no la veía, y la última vez que la vio se le enmarcó en la mente la imagen de su rostro pálido y con ojeras propio de alguien que estaba perdiendo más que su sangre en el campo de la batalla perdida. Sentía culpa de haberla metido en aquel lío, de haberla llevado por el mal camino. Alguien como ella podría haber sido tantas cosas, haber cumplido tantos sueños que se fueron por un caño cuando decidió seguirla hacia el abismo. Ahora estaba en aquel sitio que hacía sentir a la cabaña donde estaban como un hotel de lujo. Intentando escapar de la realidad que la maldita gotera del rincón no la dejaba huir.
Josefina no estaba segura de qué sería de su vida de ahora en más, siquiera si su hermana seguía viva. Por más que buscara respuestas, nadie se las daba. Para el sistema ella era un trozo de basura fuera del cesto, que ahora estaba en el lugar que inexplicablemente más familiar se le podría hacer.

Tal vez ese era el fin que merecía, puede que llegara a morir en aquel calabozo escondida hasta de la propia luz de Dios. No obstante, ahí estaba él, la persona a la que mantuvo cautiva durante tantos días, a quien le apuntó más de una vez con un arma amenazando con acabar con su vida como si no valiera nada. A quien tuvo a pan duro y agua como un gorrión enjaulado. Ahí estaba Manuel junto a un oficial observándola con una mezcla entre repudio y lástima.

—Levántese. Hoy parece que la rea está de suerte —dijo el oficial de forma sarcástica mientras golpeaba el fierro de la celda—. El señor Ferreira parece que sí cree en la gente que a simple vista no tiene solución.

—¿Dónde está mi hermana? ¿Cómo está? —preguntó Josefina ignorando las palabras irónicas del oficial, pero sin obtener respuesta de él.

—Déjenos a solas, oficial Antúnez. Muchas gracias por dejarme verla —interrumpió Manuel con una voz calma.

—Solo tienen diez minutos. Con permiso.

—¿Qué quiere? ¿Verme destruida? Ya está, se puede ir. Perdimos y ustedes ganaron —Le dijo Josefina de brazos cruzados. Aún estando entre rejas se rehusaba a que la vieran por el suelo.

—Su hermana está estable. La bala fue a la altura del riñón, pero por suerte no comprometió otras zonas más delicadas. La estamos atendiendo en el hospital de mi familia. Los gastos corren a nuestra cuenta.

—¿Por qué hace eso? Intentamos matarlo. Lo hicimos cagar de hambre, lo secuestramos, lo tuvimos como un perro durante días. ¿Qué quiere a cambio?

—Que raro, otra vez me está tratando de usted. ¿Ya no está enojada? —Un rodeo de ojos fue suficiente para saber la respuesta de aquella chica—. Yo sé que me trataron peor que a un perro, pero mi madre y yo somos gente caritativa.

—¿Ahora les tengo que dar las gracias? —Josefina se rió con ironía ante el absurdo que acababa de oír. La falsa modestia de ese tipo le molestaba de sobremanera.

—Deberías. Porque tu hermana y vos están bien jodidas. Podrías quedarte encerrada y ella sin asistencia. Además perdieron todo el dinero que nos quisieron robar... Asesinato, secuestro, chantaje, y robo. ¿Sabés cuántos años les pueden dar por esos cargos? —Le respondió Manuel con cierto enfado e ironía que dejó sin habla a la prepotente mujer detrás de las rejas—. Ya me enteré que son hermanas. ¿Vos sos la hermana mayor?

—Sí —Un silencio incómodo se cruzó entre sus miradas suspicaces. Josefina no entendía por qué aquel hombre quería ser tan bueno con ellas si casi lo matan y a su madre de un disgusto—. Estoy segura que esto no me va a salir gratis. ¿Qué quiere?

Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora