Capítulo 5 - Frío o hirviente

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Jamás sintió una emoción tan grande como cuando vio a Antonia saliendo del hospital y fue corriendo a abrazarla. Josefina le dio uno de esos abrazos que se le da a aquello a lo que uno quisiera aferrarse con una fuerza tal por miedo a que se pudiera ir de nuestras vidas. Hace unos días atrás, sintió que el corazón se le vació al escuchar el disparo que la hizo caer al suelo, tanto como si le hubiese dado directo a ella también. Pero ahora su felicidad al verla bien era inmensa.

Antonia se movía con un bastón provisional, le costaba un poco caminar pero según los doctores, estaría bien. Lo que sí no estaba bien era su rostro al ver a Manuel esperándola a un lado de su cachila.

—Después te explico, Antonia —Le dijo su hermana al ver su cara de confusión—. Ahora subí al auto, estaremos bien.

El silencio de regreso a casa fue abrumador. Aunque Manuel quiso animar un poco la situación, Antonia lo veía de reojo. No entendía nada de lo que estaba sucediendo, ni por qué acababa de salir del hospital más caro de Montevideo. Su hermana tampoco lucía como de costumbre. Su cabello se veía sedoso y semi-recogido, con un sombrero floreado y una máscara de maquillaje que escondía su verdadera esencia en algo que no reconocía. ¿Qué había pasado con su hermana? ¿Por qué Manuel estaba tan predispuesto a ayudar si hacía tan solo unos días le estaban apuntando con un arma en la sien? Tantas preguntas que moría de curiosidad por saber qué diablos estaba ocurriendo.
Al llegar a la casona, los sauces de enfrente parecían reverenciarse con pena ante su llegada. Era una mansión neoclásica con colores blanquecinos y algunas manchas de humedad que el jardín delantero encubría bastante bien. Por dentro, la casa era aún más fría que en un glaciar a la intemperie. Lo opaco de la casona le transmitía mal rollo, pero no más que la señora de la casa quien vino a recibirla con una falsa simpatía tallada en su rostro.

—¡Y acá llegó la que faltaba! Bienvenida querida —Le dijo invitándola a pasar—. ¿Cómo estás de la operación? ¿Te duele mucho? Vos tranquila que acá tenemos gente para ayudarte en todo lo que precises.

—Gracias —respondió Antonia con terrible incomodidad en su rostro. En el fondo sabía que a aquella mujer no le importaba su estado.

—Yo la voy a ayudar a instalarse —interrumpió Josefina tomándola del brazo—, si no les importa, claro.

—¡Pero por supuesto! Vayan —asintió Nora con un entusiasmo exagerado—. Alí, ayudalas vos con sus cosas.


***

Al llegar a su pieza, Josefina se quedó a un paso de la puerta recordando el calvario de anoche. Antonia desde el interior la miraba con más extrañeza de la que venía observándola. Todo estaba muy extraño con su hermana, al punto de pensar que estaba en alguna especie de sueño lúcido, tal vez producto de alguna medicación que le pudieran haber dado. Pero todo se sentía tan real, excepto Josefina.

—Jose, ¿vas a entrar? —Le preguntó al verla ahí parada como si hubiera visto a un fantasma.

—Sí, perdón... Estoy felíz de que estés acá —Le aseguró cerrando la puerta detrás—. No te imaginás cuánto.

—¿Me podés decir qué mierda está pasando? ¿Y por qué estás con ese lookete? No sos vos.

—Tu vida corría peligro, Antonia. Y les debemos más que nuestras vidas a estos soretes. No tuve opción. O me pudría en la cárcel y te dejaba morir sin atención médica, o aceptaba venir acá y casarme con él, así me aseguraba de que tuvieras la atención que necesitabas.

—¡Eso es chantaje, Jose! ¿Y por qué quiere que estemos acá?

—Es lo que todavía no sé. A mí también se me hace raro. ¿Te pensás que me gusta estar vestida así y con este maquillaje de vieja copetuda? ¡No! Pero si tengo que quedarme acá con ellos, les tengo que seguir el juego, al menos por un tiempo. No te iba a dejar morir, Antonia.

Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora