Capítulo 49 - Descenso al infierno

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Isabel sintió miedo de volver a aquella casa, pero debería hacerlo, aunque esta vez no estaría sola. La policía la acompañaba y lo más importante: su amiga Antonia. Quien intentaba apaciguar sus nervios tomándola de la mano mientras llegaban a aquel lugar.

—Tranquila, todo va a estar bien. Yo estoy con vos —Le dijo Antonia en un tono suave y con una sonrisa que transmitía paz.

—Bueno, llegamos. Espero que esto no tome mucho tiempo ofrece Antúnez evidenciando ya la poca paciencia que tenía.

—Está tal vez frente al caso más grande que podría tener en su carrera, muestre un poco más de entusiasmo —Le respondió Antonia antes de entrar a la casona.

El frío imperante del lugar hacía juego con los tonos opacos de una casa que parecía bajo la influencia del paso del tiempo, aunque sin perder el lujo que alguna vez supo lucir mejor. Isabel temblaba, no sabía si de frío realmente o de un miedo que le helaba las entrañas. No obstante, debería terminar con todo el misterio de una vez por todas. Por lo que guió a los policías a través del estrecho y oscuro pasillo que daba hacia la puerta del fondo. Misma que estaba cerrada como de costumbre.

—¿No tiene una llave para abrir la puerta, Ferreira? —Preguntó Antúnez.

—La llave la tenía siempre mi madre. Solo ella entraba acá. Busquen en su cuarto.

—Vayan —Les ordenó Antúnez de mal modo—. No tengo tiempo que perder. Ayúdeme a forzar la puerta, Ferreira.

Ambos intentaron derribar la puerta durante largos minutos, pero no había caso. Aquella puerta parecía un muro de concreto de tan impenetrable que era.

—Solo se abre cuando quiere hacerlo —Les avisó Isabel.

—¡Es solo una puerta! ¿Qué puede tener de especial? —Respondió Antúnez algo sofocado y de mal humor—. Debe haber algo atrás, algún muro.

—No lo hay disponible Manuel.

—No es una puerta común y corriente ... es la entrada al infierno —aseguró Isabel ante la mirada atónita de todos los presentes.

Por el pasillo se fueron asomando unos pasos rápidos, eran los policías que buscaron arriba y venían con la supuesta llave del lugar. Antúnez la carrera y le resultaba hermosa cuanto extraña. Parecía una llave antiquísima, de muchos siglos atrás, con ornamentaciones y frases escritas en un idioma que no entendía. Pero que sin embargo, calzaba perfecto en la cerradura de la puerta. Después de un par de vueltas, la misma se abrió, dejando ver un lugar oscuro y con un olor a encierro que parecía haber durado más de un siglo sin abrirse. Al entrar y darse paso con la poca iluminación que tenían, tan solo vieron una habitación llena de muñecas de porcelana por todas partes, una mesa con un florero encima, y ​​una gran alfombra a sus pies que se mezclaba con el enorme polvo del lugar.

—¿Qué es esto? —Susurró Antúnez intrigado.

—¡Hay que destruirlas a todas! —Respondió Isabel mientras corría hacia las muñecas y comenzaba a lanzarlas al suelo.

Todos quedaron pasmados ante el desastre que la joven estaba armando. Restos de porcelana impactaban en el suelo y se rompían en mil pedazos. La rubia iba rompiendo todas las que estuvieron a diestra y siniestra, hasta que Antonia la detuvo al fijarse en algo.

—¡Ésta no! —Le advirtió tomando entre sus brazos a una muñeca que le parecía idéntica a su hermana.

—¡Todas las almas deben ser liberadas, Antonia! —Insistió Isabel.

—Pero la de su hermana aún sigue viva —interrumpió Manuel.

—Exacto. Mi hermana aún no se separó de su cuerpo, y si la rompemos tal vez muera, como creo que pasó con María Victoria.

Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora