La noche hizo acto de presencia entre sombras que se diluían con la luz de la luna llena. Afuera los grillos se sentían cantándole a los sauces mientras Manuel y Josefina se sentaban en la mesa a cenar. Hoy era motivo de celebración, al menos para él, quien se veía felíz ante la noticia que le tenían para dar a la agrieta de su madre.
—Má, preparamos todo esto porque la ocasión lo amerita —Empezó diciendo Manuel—. Josefina y yo... decidimos casarnos en cuanto antes.
—¿Y ese apuro? —respondió la señora frunciendo el ceño mientras sonreía.
—Su hijo y yo nos estamos llevando más que bien, y creemos que es oportuno —confesó Josefina, devolviéndole la sonrisa falsa de hace unas horas.
—Me imagino... que bueno, los felicito entonces. Hay que ir preparando la boda —propuso Nora con algo de entusiasmo, se veía que le encantaban ese tipo de cosas.
—Eso es cosa de ustedes, preparen algo bien lindo y no escatimen en precios —dijo Manuel, con una sonrisa de oreja a oreja.
Ni a Nora, ni mucho menos a Josefina les simpatizaba tener que hacer algo juntas. Sin embargo, la señora era capaz de tragársela un poco más de la cuenta con tal de ver tan felíz y sonriente a su hijo, como lo veía en la mesa.
—Díganme, ¿cómo les fue en la fiesta? —Cambió de tema rápidamente.
—Bien, pude hacer algunas negociaciones, y Berenstein sigue interesado en mi campaña política. Va a ser un buen aliado —Le contó Manuel—. Igual nos tuvimos que ir antes porque Josefina se sintió muy mal, se desmayó del dolor de cabeza y la llevé al hospital. Por suerte no era nada y la pude traer de regreso.
—¡No me digas! Te hizo mal el ambiente, ¿no? —preguntó ella con una falsa cara de preocupación—. Imagino que no estabas acostumbrada, y bueno... todo lo nuevo abruma a veces. ¿Qué se le va a hacer?
—Sí, mucho olor a escatológico con perfumes importados me hizo mal —respondió Josefina redoblando su sarcasmo.
Manuel no pareció detectar los dardos envenenados que una vez más se lanzaban las mujeres de su vida. Estaba tan felíz en su nube de algodón de azúcar que nada ni nadie podría borrar el entusiasmo y la felicidad que sentía aquella noche. Josefina intentó acompañarlo, pero sabía que el matrimonio era un arreglo y un seguro de vida para que el maldito de Arturo no se atreviera a hacerle daño. No obstante, no era solo de él de quien debía cuidarse, teniendo a una serpiente como suegra que siempre encontraba un momento oportuno para molestarla.
—Acá entre nós, querida... ¿qué te hizo cambiar de parecer tan rápido? —preguntó doña Nora en cuanto Manuel se fue a dormir—. Porque hasta hace unos días querías irte corriendo.
—Me di cuenta que la fruta a veces puede caer lejos del árbol, señora —Josefina no se quedaba atrás con su cinismo. Si aquella mujer quería guerra, eso iba a tener.
—¿Tus padres eran igual de altaneros que vos y tu hermanita? —Aquella pregunta no le agradó en nada a Josefina, quien cambió su cara en el acto—. ¿Qué pasa? Quiero saber cómo eran, prácticamente las encontramos huérfanas a ustedes.
—Eran gente honrada —aseguró Josefina con una mirada triste—. Por cierto, ¿mi hermana cómo está? ¿Fue al internado?
—Sí. Tu hermanita está en buenas manos.
—Lo dudo. ¿La vio?
—Sí, la encontré bastante bien, la verdad. Creo que está adaptándose muy bien al ambiente, pareciera que ni se acuerda que tiene una hermana —aseguró Nora provocándola una vez más.
ESTÁS LEYENDO
Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)
Horror¿Qué serías capaz de hacer para evitar algo marcado por el destino? Josefina tuvo que cambiar su felicidad por la libertad. Manuel le propuso tener un matrimonio a cambio de liberarla de su condena. Él la ve como una muñeca; ella como su próximo jug...