Capítulo 10 - Una trampa perfecta

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La noche se iba acercando, trepidante entre un manto de estrellas en el que la luna llena resaltaba sobre el resto. Las Tres Marías observaban brillantes desde el cielo a Josefina, quien sentada en el ventanal de su cuarto, miraba al infinito buscando una señal del universo que le dijera que su hermana se encontraba sana y a salvo de los espíritus que perturbaban su paz. De la misma forma en que lo hacían los golpeteos de Manuel en la puerta de su habitación.

—Hola, Josefina. Solo pasaba a ver cómo estaba.

—¿Y cómo quiere que esté? —Apenas conseguía verle a los ojos, porque si lo hacía era para golpearlo y salir huyendo de ahí.

—Yo sé que mi madre puede ser inflexible, pero dele tiempo.

—¿Tiempo de qué, Manuel? Yo quiero sacar a mi hermana de todo esto, quiero que la dejen afuera, y yo soy la adulta a cargo de ella. No puede venir su madre a decidir por mí.

—Yo sé, déjeme hablar con ella. Yo le prometo que esto se va a solucionar.

—Al menos quiero verla. Eso no me lo pueden negar.

—¿Está segura? ¿Cree que Antonia vaya a querer recibirla?

—No me importa, con verla de lejos a mí me basta. —Manuel asintió con la cabeza antes de darse la vuelta e irse, sin embargo, Josefina se había quedado con algo más que decir—. Usted me cree, ¿nocierto? Cuando le digo que he visto cosas y que la vida de Antonia corre peligro en ese lugar... Usted ha sentido presencias extrañas alguna vez.

—Sí, Josefina. La verdad, no sé qué creer. Durante mucho tiempo creí que era mi imaginación de chico y no le di importancia, pero ahora con esto no sé bien qué pensar.

—Está bien. Perdón... por venir a perturbar su vida —Josefina nuevamente estaba bajando la guardia frente al hombre que odiaba, al punto de notar su cara de sorprendido—. Puse todo patas arriba.

—Usted solo le dio un nuevo sentido a mi vida —confesó él con la misma sonrisa apacible de siempre—. Buenas noches, intente descansar.

La noche comenzó tranquila, pero Josefina hubiese deseado que continuara de la misma forma en que empezó. Sin embargo, ya entrada la noche profunda, sintió unos pasos extraños desde el corredor, de alguien que parecía correr hacia su puerta. Junto a esos ruidos, le siguieron los mismos suspiros fuertes y agitados que había sentido la otra noche, mismos que le hicieron erizar la piel una vez más y arrinconarse contra la almohada, usando sus sábanas de escudo mientras miraba hacia la entrada difusa entre la oscuridad. El miedo volvía a apoderarse de sus noches. Josefina sabía que del otro lado de la puerta se encontraba la muerte, que lejos de contentarse con respirar tan cerca de ella como la vez anterior, en esta oportunidad comenzó a golpear la puerta de una forma extraña.
Lo primero que oyó fue un golpe seco contra la madera, seguido de un chirrido horrendo que le hizo temblar cada fibra de su piel. Seguido, escuchó cuatro golpes más, otro chirrido escalofriante, y cinco golpes en seco contra la puerta.
Josefina encendió las velas y se armó de valor para acercarse a descubrir lo que del otro lado de la puerta seguía golpeando y deslizando lo que parecían ser sus garras sobre la madera. «¿Qué querrá?», pensó acercándose aterrorizada a la puerta, y encontrándose con la nada misma al tomar coraje y abrirla por completo.
Los golpes cesaron, no obstante, justo en la cima de la gran escalera que daba hacia la primera planta se encontraba una muñeca observándola. Una del tipo horrendo como las que vio en aquella sala de abajo. Aquella muñeca tenía los ojos saltones, que parecían iluminarse con el resplandor de la luna, dándole un aspecto increíblemente inquietante, y su expresión parecía de una tristeza desoladora. Algo en ella hipnotizó a Josefina, quien al acercarse volvió a sentir aquel suspiro aterrador que pareció empujar a la muñeca por las escaleras, provocando que se rompiera en mil pedazos. El último de ellos llegó a los pies de otra muñeca igual de espeluznante que la esperaba en la sala principal sentada en un triciclo.
Josefina sintió un escalofrío angustiante cuando notó que la muñeca comenzaba a andar por sí sola dirigiéndose a la puerta trasera en la que más temprano estuvo. La oscuridad allí era asfixiante, y aunque estuviera con su candelero en mano iluminando el camino, corrió lo más rápido que pudo hacia su habitación, encerrándose de inmediato con más de una silla trancando la entrada a cualquiera de los siniestros muñecos que la estaban atormentando afuera. Sea lo que sea que hubiera con aquella habitación al fondo, lo averiguaría en la mañana. Ahora pasaría otra noche en vela alimentando el calor de las velas, las cuales amenazaban con derretirse en tan solo un par de horas.

Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora