Capítulo 50 - Alma en libertad

46 13 2
                                    

Los tres llegaron tan rápido como pudieron a un lugar que parecía ser idéntico al que habían entrado. Arriba de ellos había una sala oscura con una alfombra, una mesa y algunas muñecas. No tantas como las que había en la casa de los Ferreira. Aún así, Isabel quería asegurarse de que no quedara en pie ninguna de esas malditas muñecas de porcelana, por lo que comenzó a destruirlas una a una. Sin embargo, había una de ellas que sería la causante de sus pesadillas durante años. Era una muñeca con vestido azul, de cerquillo y cabello corto hasta los hombros, y un rostro espeluznantemente blanco que sonreía al verla.
Se había quedado sin reacción al verla. Pero debía enfrentar su miedo si quería destruir aquella maldición. Todas las almas estaban siendo liberadas, y así lo sentía en la brisa fresca que le transmitían al romper aquellas malditas muñecas. Por lo que no tardó en acercarse a esa muñeca, tan parecida a su fallecida amiga Ana, tomarla entre sus brazos temblorosos y lanzarla al suelo justo antes de que la misma cobrara vida y moviera sus propios bracitos sin vida.

Aquella pesadilla ahora estaba rota y liberada, pero la rabia de Isabel seguía contenida, por lo que se aseguró de pisotear una y otra vez la fina porcelana en la que su amiga había sido convertida hacía diez años atrás. Odiaba esa versión aterradora de alguien que en vida fue tan dulce y comprensiva con ella.

Cuando la porcelana ya no era más que migajas, Antonia contuvo su ira y la abrazó, prometiéndole que todo estaría bien de ahora en más.

Manuel mientras tanto buscó la puerta de salida y utilizó la llave para escapar de una buena vez de aquel infierno.

Afuera un par de policías y algunas monjas los miraban sorprendidos al verlos muy malheridos y llenos de polvo.

—¡¿Qué pasó?! —preguntó una de las monjas llevándose las manos a la boca.

—Hubo un derrumbe abajo, casi quedamos atrapados —Les confesó Manuel bastante agitado.

—¿Y el oficial Antúnez? ¿Y mis compañeros? —inquirió uno de los policías. Manuel los miró y negó con la cabeza. En aquel momento entendieron que no habían logrado sobrevivir—. ¿Qué carajos pasó ahí abajo? ¿Qué está pasando?

—Ahí abajo está el infierno... o estaba —dijo Isabel.

—¿Solo ahí? No sé qué hicieron, pero creo que llegó a la seccional y algo tiene que ver con lo que le pasó a aquella gurisa que se apareció ensangrentada anoche —Les confesó el policía perdiendo la paciencia.

—¿Qué le pasó? —Antonia presentía que algo muy malo, pero aún tenía un rayito de esperanza de que las cosas fueran diferentes.

—Está muerta. No sabemos exactamente cómo fue. Simplemente dejó de respirar, se estaba ahogando y no hubo forma de reanimarla. Creo que fue brujería, de la más fuerte.

—Vamos a arreglarlo. —Le prometió Manuel—. Antonia, Isabel, tenemos que ir a salvar a Josefina antes que sea demasiado tarde.


***

A pesar de las heridas y de casi morir, lo único que importaba era Josefina. Al llegar a la casona los tres subieron corriendo las escaleras hacia los aposentos donde yacía la joven, en un estado aún más deplorable del que podían recordar. Su rostro estaba famélico, algo envejecido, y sus cabellos secos y resquebrajados. Quien quiera que hubiera sido Josefina antes, estaba muy, muy lejos de este plano ya.

—Hay que enfrentarla a la muñeca —Les dijo Manuel mientras revisaba el libro—. Solo así vamos a poder devolverle el alma. Y dos espejos, uno detrás de la muñeca, y otro detrás de ella. Solo así va a poder recordar quién fue... acá habla del tercer eje: el de la mente.

Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora