Capítulo 19 - El gran reposo

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El sol del amanecer se asomaba queriendo vencer a las tinieblas a paso lento pero seguro. Libertad había permanecido toda la noche en vela, atónita al ver el río de sangre que el diablo estaba dejando en su internado. Tal vez sus impuras palabras tenían razón, y Dios se había olvidado de aquel lugar. Puede que el mal esté instalado allí, y aunque creía que cortando al mal de raíz se solucionarían los problemas, la mayor interrogante era: ¿dónde se encuentra la raíz del mal? Puede que estuviera frente a sus narices; dentro suyo, o escondido en algún rincón. Tal vez Libertad no lo quería admitir. «Debe ser cosa de los indios esos, son igual de macumberos que los negros», pensaba tratando de autoconvencerse que el problema estaba fuera de sus manos. Aunque en su poder estaba ayudar a la hermana Irene al verla llegar malherida, como si una bestia salvaje hubiese intentado devorarla. La novicia cojeaba, casi arrastrándose por el pasillo, en su rostro habían señales de rasguños y un sangrado en su frente que no quería ceder.

—¡Hermana Irene, por Dios! ¿Qué le pasó? —preguntó Libertad horrorizada al verla.

—No pude, directora, perdóneme, le fallé —Se lamentaba la hermana cayendo rendida al suelo.

—¡Tranquila, querida! Vení, sentate —Libertad demostró algo de humanidad al ayudarla a levantarse del suelo—. ¿Qué pasó? ¿Quién te hizo esto? —inquirió al ver incluso su hábito rasgado.

—Raquel... intenté alcanzarla, pero no pude. Se me escapó de las manos, directora —confesó Irene con los ojos empañados—. Vi la mirada de Satanás en sus ojos.

—El maligno está dando vueltas por ahí, no podemos permitirlo —aseguró Libertad, algo pensativa y preocupada con lo que estaba pasando—. Tenemos que llamar a la policía, esto ya se nos fue de las manos. Vos descansá hoy, pero no dejes por nada del mundo que las chiquilinas vean el desastre que sucedió anoche. Ya se acerca la hora de que despierten.

—Sí, directora —Asintió Irene, antes de dirigirse a ocultar bajo llave la masacre que presenció anoche y de la que no podría olvidarse jamás.


***

Antonia había sido otra que se mantuvo la noche en vela, esperando a Raquel, quien jamás volvió a dormir. Temía lo peor. Tal vez se la habían llevado para encerrarla en un calabozo, o había sufrido un castigo cruel como el que ella sufrió. Incluso, temía no volver a ver más a su nueva amiga. Tal parece que de una en una estaban desapareciendo, y le perturbaba saber cuándo sería su turno, o el de alguna más en aquel lugar. Ya se habían sumado dos camas vacías a las desapariciones que ya se habían suscitado años atrás. Dos de sus amigas estaban desaparecidas y quizás jamás las volvería a ver. Algo había sucedido con Raquel y le inquietaba no haber hecho nada. Su presentimiento de que algo andaba mal esa mañana se intensificó al ver a la hermana Irene ensangrentada. Quien no pudo esquivarla aunque intentara.

—¡Hermana! ¿Qué le pasó? —preguntó preocupada.

—Nada, Antonia. Anoche fui atacada por unos malvivientes —respondió Irene, lamentando tener que mentir para evadirla.

—¡Dios! ¿Qué clase de gente inhumana le haría algo así a alguien como usté? —Se preguntó Antonia indignada.

—Alguien que no tiene a Dios en su vida, querida. Ahora andá que tenés clase.

—Quiero saber de Raquel, anoche no volvió a dormir.

—Raquel está castigada —Antes de que Antonia siguiera preguntando, Irene cortó la conversación de forma tajante—. Hablá con la directora, Antonia.

Aquella reacción levantó todas las sospechas de Antonia. No se comía el cuento, y si estuviera castigada por la directora, no le sorprendería encontrarla ya sin vida y en pedacitos.

Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora