El miedo había contaminado hasta la fibra más sensible de su piel. El frío afuera azotaba con fuerza, pero Josefina prefería aguantarlo antes que volver a poner un pie dentro de ese castillo del terror. Todo a su alrededor estaba quieto y en penumbras, sin embargo, la luz de la luna llena le daba una falsa sensación de protección con su manto que teñía de un suave resplandor platinado el paisaje nocturno. A lo lejos podía sentir el ruido de las hojas otoñales que se arrastraban al ritmo de la brisa que los impulsaba, así como los pasos de Alí y Manuel, quienes se acercaban con los cuerpos para poner en marcha el plan de esconderlos.
—Josefina, tranquilícese. Están todos muertos —Le aseguró Manuel al verla tan nerviosa.
—Yo sé lo que vi, Manuel. Los tres se levantaron con esas sábanas enredadas —Siguió insistiendo Josefina. Sentía escalofríos de ver aquellos cadáveres cerca de ella mientras los acomodaban en los asientos de atrás.
—Yo sé que matar a alguien debe ser traumático, y tal vez pudo haber visto cosas que eran producto de tanta conmoción, Josefina, pero ya los comprobamos a los tres, y están muertos hace horas.
—¡No me quiera tratar de loca, Manuel! Usted sabe que en esa casa ocurren cosas extrañas. Usted mismo las ha visto, así que no me venga con historias de locura.
—Solo intento calmarla. ¿Usted cree que no me dan miedo estas cosas?
—¿Y por eso las ignora?
Manuel no supo qué decir. Solo se quedó mirando a su prometida tan envuelta en nervios que era difícil intentar tranquilizarla. No obstante, en aquel momento de silencio, Alí los interrumpió:
—Disculpen, pero tenemos que irnos ahora que está todo despejado. Ya no podemos esperar más.
—Está bien, Alí, vamos. Usted Josefina vaya a descansar un rato.
—No, yo voy con ustedes —insistió ella.
—No hay más lugar, Josefina. Y tampoco quiero que se impresione con esos cuerpos atrás y el olor que desprenden. Insisto que me espere adentro.
Manuel tenía razón, pero odiaba admitirlo. Y peor aún, odiaba el hecho de tener que volver a aquella casona fría y desolada con la desquiciada de su suegra acechando por los rincones. No obstante, decidió obedecer a su prometido y encerrarse en su cuarto. Dormir aquella noche no era una opción.
***
El Prado en penumbras daba una sensación tétrica al transitar sus calles. La soledad se respiraba en cada lugar al que miraran. Solo sentían el tránsito de las hojas pasar de un lado al otro de las calle atestadas de una gran hojarasca otoñal que se levantaba con el viento, cada vez más fuerte.
—Menos mal que está todo solitario, ¿no? Tenemos que hacer esto rápido —afirmó Manuel mirando hacia todos lados.
—Sí, señor. Conozco un descampado donde podremos enterrar los cuerpos.
—No entiendo qué pudo pasar con Josefina, la verdad me preocupa.
—¿Cree que ella lo hizo adrede?
—No, pero no sé qué creer. Desde que le dije que de chico también vi cosas siento que está cada vez peor.
—Tal vez debería creerle. Si me permite hacer un comentario, yo también he sentido cosas raras, que creí que eran ruidos de casa vieja, ¿vio? Pero con todo esto que Josefina dice, no sé qué creer.
—Yo tampoco, la verdad me da miedo saber que algo ande mal con el entorno donde crecí —admitió Manuel algo preocupado.
Tal vez fuera que no quería ver la realidad, pero ella estaba enfrente aunque no quisiera verla. Tan solo hacía falta abrir los ojos y mirar, como cuando vio por el retrovisor a uno de los respirando por sí mismo. Su estómago subía y bajaba con lentitud, y moviendo un poco el ángulo del retrovisor podía ver que el cadáver envuelto en sábanas respiraba por su cuenta.
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Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)
Horror¿Qué serías capaz de hacer para evitar algo marcado por el destino? Josefina tuvo que cambiar su felicidad por la libertad. Manuel le propuso tener un matrimonio a cambio de liberarla de su condena. Él la ve como una muñeca; ella como su próximo jug...