Capítulo 45 - El día del juicio

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Alí intentaba ocultar los nervios mientras llevaba en la cachila a sus patrones. Sin embargo, no era el único nervioso. Manuel parecía pálido del miedo, su pierna temblaba sin parar en el asiento del copiloto mientras miraba a su madre, quien cargaba un libro antiguo de tapa dura.

—¿Qué es eso, madre? —preguntó curioso.

—Lo que ellos quieren —respondió Nora mirando hacia el paisaje—. Alí, ya sabés lo que tenés que hacer. Cuando les esté dando el libro, les pegás un tiro por detrás. Pero escondete bien para que no te vean.

—Sí, señora.

—¡Madre! ¿Nos vas a arriesgar por un puto libro? —preguntó Manuel indignado—. Dales lo que quieren y listo, no la cagues más. Llevamos armas por las dudas, para defendernos, no para atacar.

—No tenés ni idea de lo que podría llegar a pasar si alguno de ellos toma posesión de este libro, Manuel —Le advirtió ella con una seriedad que jamás había visto en su vida.

—¿Y qué es lo que tiene?

—El secreto de nuestra prosperidad.

—¿Es un libro de brujería?

—No es el mejor momento para hablar de eso, Manuel.

—No, yo creo que es sí. Estoy cansado de que me oculte cosas. Al final no sé ni quién es usted. —Le dijo mirándola a los ojos—. ¿En qué mierda nos metió?

Nora no se atrevía a ver a su hijo. Sentía vergüenza de la imagen que tenía ante él.

—Hoy va a ser la última vez que me equivoque en la vida. —confesó ella.

—Eso espero, porque sus equivocaciones ya costaron muchas vidas, incluso la mía.

Un silencio incómodo se puso entre los tres, hasta el momento de llegar a la zona de reunión con los criminales que los estuvieron chantajeando durante todo este tiempo. Era a mitad de la nada, en un bosque fuera de Montevideo en el que parecía no haber moros en la costa. Pero con Irene y Arturo dando vueltas no se podían confiar de más. Nora y Manuel bajaron de la cachila y comenzaron el camino adentrándose en el bosque donde sus enemigos los estarían esperando justo donde daba la luz del sol. Allí estaban la novicia junto a Antonia con sus manos amarradas, y Arturo, quien se abanicaba con su bombín por el calor que recibía de tanto estar parado al rayo del sol.

—¡Eh! Se decidieron venir. Creíamos que nos iban a dejar clavados acá —dijo Arturo con efusividad al verlos llegar.

—Hagamos esto rápido —respondió Nora.

—Así que ahí está el secretito de todo, ¿no? —preguntó Arturo algo incrédulo.

—Sí. El momento al fin llegó —expresó Irene con una sonrisa de satisfacción—. Tuve que hacer tanto para llegar a ese maldito libro, que no puedo creer que ahora vaya a ser mío... digo, nuestro.

El lugar se llenó de miradas que parecían desencontrarse de tanta desconfianza entre los presentes. Cada uno estaba atento al próximo paso que el enemigo daría, como una serpiente que vigila a su víctima inmóvil. Sin embargo, Manuel no podía quitar sus ojos furiosos de encima de Arturo.

—No creí que fueras a caer tan bajo, Berenstein —Le gritó.

—Después de aliarme con vos, más bajo no se puede caer, manflorito.

—¡No me digas así! —bramó furioso Manuel.

—¿Qué? Si ya sabemos lo que les hacés a las mujeres. ¡Cagón!

—Bueno... ¡basta! —interrumpió Nora—. A lo que vinimos, carajo.

La señora se acercó lentamente a Irene, quien aún retenía con sus manos a Antonia mientras aguardaba ansiosa por poseer el libro que le daría lo que tanto había anhelado. Al fin estaban frente a frente, matándose con la mirada. Con una flor de tregua por delante y una daga por detrás.
Para Nora era imposible soltarse de aquel libro, y entregar su más preciado secreto a la peor enemiga que había conocido, pero lo tuvo que hacer para que su castillo de naipes no se desmoronara con tan solo un viento. Le daba rabia sentirse así de derrotada. Ella siempre había estado del lado de los triunfadores, sin embargo, esta vez le tocaba ver desde abajo cómo otros le ganaban la pulseada... o eso creían.

Susurros del viento © (Universo Monstruoso # 0.5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora