[ 9 ]

113 16 0
                                    

Haynes miró hacia otro lado, tosiendo en vano ante las palabras de Reyhas. Pudo ver su espada larga en la pared.

—Eso, eso...

La vida deliberadamente autoritaria de Reyhas apagó los nervios de Haynes.

Haynes se olvidó de hablar, puso los ojos en blanco y dijo.

—Solo... solo estoy aquí para expresar mi deseo de que puedas discutirlo conmigo.

Reyhas miró a Haynes sin responder, y Haynes murmuró una palabra servil para sí mismo.

—Y... es absurdo que la Santa que ni siquiera hace el papel de santo trate de abusar de su autoridad. Merece ser excomulgada, pero debe ser...

Haynes se aclaró la garganta, luego expreso su insatisfacción sobre la Santa para encubrir sus críticas de Reyhas.

—No lo sabía porque estaba demasiado ocupado con mi sacerdocio.

—El Sacerdote tiene los mismos pensamientos que yo...

—Sé que la disciplina de Elyum es un desastre.

Cuando la mirada más fría de Reyhas se volvió hacia él, Haynes se dio cuenta de que había cometido un desliz.

—Qué historia tan impía.

—¡Su Excelencia!

—Cuando las personas son libres, piensan tonterías. No importa cuánto sirva un sacerdote a Dios.

Aunque la Santa es una figura traída por el Sumo Sacerdote, él nunca la ha encubierto cuando salieron las quejas por su negligencia.

Pero el Reyhas de hoy estaba mirando a Haynes con una mirada lo suficientemente fría como para bloquearlo.

—Dijeron que había una anomalía en la mina Ares. Dijeron que aparecieron monstruos y oscurecieron la atmósfera.

—Oh, señor...

El rostro de Haynes se endureció.

La mina Ares está muy lejos y una vez que comienzas a viajar, nunca sabes cuándo podrás regresar a Elyum.

El medio ambiente era conocido por su esterilidad.

—Soy tan viejo y débil...

—Me gustaría ordenarle que lo investigue usted mismo.

La voz decidida de Reyhas se atascó en el oído de Haynes.

Haynes lamentó profundamente haber usado mal su boca para nada.

*~*~*~*

El día como santo transcurrió con moderación.

Di un paseo por el patio trasero y leí un libro gracias a la bendición de Hesed.

Los dioses, que debatían mucho, se calmaron un rato, al menos para una siesta. Luego, a última hora de la tarde, estalló una perturbación repentina mientras me arreglaba con la ayuda de las criadas para viajar al palacio.

—¿Qué está pasando?

—Se dice que una de las aprendices tiene algo que decirle a la Santa.

—¿Tiene algo que decirme?

Tenía curiosidad, así que le dije a la criada.

—Tráela. Déjame escuchar lo que quiere decir.

Después de un rato, siguiendo a las sirvientas, entró una chica familiar.

Llevaba un vestido azul cielo oscuro y tenía cabello ondulado azul marino. Ella era la aprendiz que conocí hace unos días en la biblioteca del templo.

La falsa y su harem [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora