Capítulo 2

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Joaquín:

―Hola, extraño. ―Mi vecino de al lado, Eduardo, muestra una gran sonrisa y se quita las brillantes gafas de sol por encima de la cabeza.
―Oh, Dios. No te reconocí. ¿Carro nuevo? ―Me acerco a su ventana y el olor a cuero nuevo flota en la brisa.
―Recién salido de la sala de exhibición. ¿Qué piensas?
Le doy una inspección cuidadosa, haciendo una demostración de ello mientras asiento con la cabeza.

Es espectacular comparado con mi fiel Subaru, pero nunca he sido de los que se preocupan por este tipo de cosas.

―Pero voy a extrañar verte venir por la calle en ese BMW rojo brillante ―le digo.
―Pshh. ―Él agita una mano―. Esa cosa era una porquería, siempre estaba en el taller y mi ex eligió el color, siempre pensé que era desagradable. El
contrato de arrendamiento terminó hasta hoy, si no lo habría hecho desde hace mucho tiempo.

Cuando Eduardo se mudó por primera vez a la cuadra hace unos meses, hice lo de un vecino amable y le llevé una bandeja de brownies de caramelo caseros y nos presenté a Maddie y a mí. En cuestión de segundos, nos invitó a pasar y nos dio un recorrido por el lugar, es Contador corporativo, acababa de pasar por un feo divorcio y estaba emocionado de comenzar de nuevo.

No nos tomó mucho tiempo volvernos cercanos por nuestros matrimonios fallidos y nuestro amor por este pequeño vecindario boutique donde todas las casas parecen sacadas de un set de película y todos los vecinos no dudarán en hornear una cazuela y meter sus narices en tus asuntos. Lo llamé mini Wisteria Lane y luego pasamos las siguientes horas hablando de
nuestros programas de televisión favoritos.

Habíamos estado pasando el rato como vecinos casuales, durante unos meses cuando me pidió una cita.

Una verdadera cita.

Tuve que decepcionarlo amablemente, informándole que Maddie era mi prioridad y que no estaba en condiciones de empezar a pensar en ese tipo de cosas.
Nunca olvidaré la forma en que sus labios se curvaron en una graciosa sonrisa, pero sus ojos eran de un profundo tono azul vidrioso. De cualquier manera, no cambió nada entre nosotros. Todavía quita la nieve de mi acera en el invierno y entrega personalmente mi correo cuando lo recibe accidentalmente.

También me envía mensajes de texto con grabaciones de películas y le ha regalado a Maddie variados juguetes, siempre suaves, nunca ruidosos. También hicimos un par de excursiones juntos al mercado de
agricultores, es decir, los tres.

―Buen día para pasear ―dice, ganando tiempo―. Deberías haber esperado otra media hora y me habría unido a ti.

Eso es otra cosa: le encantan nuestros paseos y charlas, siempre se ofrece a empujar la carriola cuando Maddie está en ella y nunca se queja cuando nos detenemos en el parque para dejarla disfrutar unos minutos en el columpio para bebés. No puedo contar cuántas veces los transeúntes se han detenido para adular a mi hija y luego decirnos la hermosa familia que somos.

Me encojo de hombros.

―Solo necesitaba un poco de aire fresco, estaba a punto de entrar y volver al trabajo.
Extendiendo una palma sobre su impecable camisa de vestir, finge estar herido.
―Ugh. Debería ser ilegal trabajar en un día hermoso como hoy.
―Solo dile eso a mi jefe ―bromeo, refiriéndome a mi alter ego. Si bien me encanta trabajar por cuenta propia, algunos días es una lucha encontrar la
motivación para concentrarme en la tarea. Un horario, un horario estricto, es la única forma de evitarlo―. Espero que me dé un día libre pronto.
―Quise decir lo que dije la otra semana, di la fecha y nos iremos.

Hace dos semanas estábamos bebiendo vino, comiendo pizza y atascándonos de alguna serie de moda de Netflix cuando Eduardo sugirió que hiciéramos un viaje por carretera los tres. Sus abuelos tenían una granja en Wisconsin e insistió en que sería divertido para Maddie ver a los animales. Además, dijo que su madre amaba a los bebés más que a nada en el mundo y que estaría feliz de cuidarla si queríamos ir a la ciudad por una noche.

Mr. Perfect Match || Emiliaco M-pregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora