Capítulo 19

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Emilio:

―¿En qué piensas? ―le pregunto a Joaquín después de cenar el viernes por la noche, mientras el cálido parpadeo de la luz de las velas hace que sus ojos
brillen en la oscuridad.

No he quitado mis ojos de él desde el momento en que salió de su habitación esta noche. Con un pantalón de cuero negro que abrazaba sus curvas en todos los lugares correctos y su camisa blanca de seda abierta en los primeros tres botones que no dejaba nada a la imaginación y cuando caminaba podía ver su tatuaje.

Sin palabras, mordí mi puño mientras lo devoraba visualmente de la cabeza a los pies, y él murmuró algo sobre no haber usado nada de esto desde antes del embarazo. Inmediatamente silencié esa maldita tontería con un beso de castigo y un apretón de su perfecto trasero en forma de melocotón.

―Si te digo que estoy pensando en la bebé, me vas a sermonear... ―dice.
―Maldita sea, lo haré.
Él pone los ojos en blanco.
―Esta es la primera noche que paso lejos de ella desde que nació.
El horizonte de la ciudad brilla fuera de nuestro comedor privado.
―Y te prometo que haré que valga la pena cada segundo. ―Lanzo mi servilleta sobre mi plato, recupero mi billetera y coloco algunos billetes grandes para cubrir la cuenta desde que nuestro mesero desapareció.

Frotándose la boca, dobla la servilleta, la deja a un lado y se levanta de la silla, su camisa se abre un poco más y su pecho es tan perfecto aun cuando no estaba marcado como el mío, mientras mi polla se tensa contra el interior de mis pantalones.

Con mi mano en la parte baja de su espalda, presiono mis labios contra el costado de su cuello y susurro:
―No sé si puedo esperar un segundo más. Tengo que tenerte, maldita sea.
―A menos que quieras un rapidito en la escalera, no tienes otra opción.

Eso es lo que él piensa...

Deslizando mi mano en la de él, lo llevo por la salida privada a un espacio de estacionamiento reservado detrás del edificio. Presionándolo contra la puerta del pasajero, deslizo mi mano contra su suave mejilla y
reclamo su boca con sabor a Aperol antes de bajar por el costado de su cuello y detenerme por encima de su amplio escote. Arrastrando las yemas de mis dedos hacia abajo por su abdomen, tiro del dobladillo de su camisa le pasó la mano por el abdomen, bajando lentamente hasta que me encuentro con la cintura de su pantalón de cuero. Meto mi mano hasta que doy con la pretina de su bóxer.

―¿Estás loco? ―susurra sin aliento y sus ojos brillando en la oscuridad.
―¿Aquí mismo? ¿Ahora mismo?
―Tardaremos cuarenta minutos en llegar a casa, otros veinte hasta que Renata salga por la puerta. Según mi cuenta, es al menos otra hora antes de que grites mi nombre, y honestamente no sé si puedo esperar tanto.
Rozo mis labios contra los de él, que se arquean a los lados.
―Para que conste, no soy un gritón de nombres ―dice―. Y tendrás que esperar porque no estoy tratando de que me arresten por indecencia pública.
Al llegar a la puerta del pasajero trasero, las cerraduras se abren con un clic.
―Entra ―le digo.
―¿Qué?
Deslizándome sobre el cuero, lo coloco en mi regazo y cierro la puerta de golpe.
―Las ventanas están tintadas lo suficientemente oscuras como para que nadie nos vea y mientras el auto no rebote como una camioneta de los setenta, deberíamos estar bien.
―¿Aquí? ―Sus ojos se agrandan cuando paso mi dedo por el interior de su pierna enfundada, deteniéndome para abrir los pantalones y empujarlo hacía abajo. Joaquín se muerde el labio, echando la cabeza hacia atrás mientras se frota contra mí.
―Estás tan jodidamente duro...
Con sus manos sobre mis hombros, se estabiliza, meciéndose contra mí hasta que nos acomodamos en un ritmo juguetón, le bajó el pantalón lo suficiente hasta debajo de su bóxer ajustado.
―Más despacio ―le susurro contra su piel cálida.
―Pero se siente tan malditamente bien. ―Él hace una mueca, exhalando con fuerza.

Guiando sus labios hacia los míos, reclamo su boca antes de probar su lengua. Un segundo después, sus dedos están trabajando en mi cremallera y su palma está envuelta alrededor de mi eje. Gimiendo, me hundo de nuevo en el cuero mientras él me estira.

―¿Trajiste un condón? ―susurra él―. No estoy tomando nada...

Afortunadamente, estoy más que preparado para estas cosas. Esta cosa, en particular. De hecho, hoy me detuve en una farmacia para prepararme.

Un segundo después, estoy rasgando un paquete de papel de aluminio entre mis dientes antes de desenrollarlo sobre mi polla palpitante, me las arreglo para terminar acostado completamente debajo de él. Joaquín deja caer su pecho sobre mi, lo besó con hambre en lo que mis manos van directamente a sus nalgas. Le paso un lubricante de bolsillo en lo que termino de abrir mi camisa porque terminará echa un desastre cuando él se corra sobre mi.

Me pongo un poco de lubricante en los dedos para prepararlo, le beso el cuello y él suspira tan suavemente que me provoca tantas cosas, comienzo a hundir un dedo en su interior, me besa el pecho hasta que toma uno de mis pezones en su boca y hundo completamente mi dedo abriéndolo y preparándolo para mí. Me rió cuando comienza a chupar mis pectorales.

—¿Si te dejó una marca aquí hay algún problema?—pregunta y me río.
—Ninguno a menos que me quite la camisa cuando juegue.—no juego con el pecho al descubierto porque tengo un uniforme.

No vuelve a decir nada hasta que me caben dos dedos dentro, lo siento palpitar, su líquido preseminal me está mojando el abdomen. Cuando está listo se sienta a horcajadas sobre mí, empalándose con mi dureza una tortuosa pulgada a la vez.

―Oh, Dios mío ―exhala cuando estoy dentro―. Olvidé lo bien que se siente esto...
―Después de esto, nunca lo volverás a olvidar. ―Agarrando su trasero, lo aprieto contra mí mientras empujo dentro de él.
Jadeando, se balancea hacia adelante y hacia atrás.
―Más lento ―le susurro al oído mientras él hunde la cabeza en mi cuello. El balanceo se estabiliza, pero el auto sigue rebotando. Cualquiera que pase con la mitad de una célula cerebral sabrá exactamente lo que está
pasando.
―No sé si puedo...
―Sí, puedes... así. ―Guío sus caderas en un movimiento circular y rechinante―. Tómate tu tiempo, disfrútalo. Te mereces esto... ― Comienzo a levantarme para quedar sentado haciendo que me hunda hasta la base, lo que le provoca un espasmo, subiendo las rodillas teniendo su pecho casi en mi cara tomo un pezón en mi boca, chupando suavemente el suave capullo y durante la interminable hora que sigue, lo hacemos sin pausa y sin prisa.

Persiguiendo lo inevitable, nos perdemos en una dulce anticipación.

Él no es solo un padre.

Yo no soy un atleta de fama mundial.

En este momento, él es mío y yo soy de él.

―No puedo aguantar más ―susurra, apretando más fuerte contra mí. Mi polla se tensa, mis bolas se aprietan y me suelto, mi explosión se encuentra
con la de él hasta que colapsamos el uno contra el otro con respiraciones robadas y las cabezas mareadas.
―Buen Dios, hombre. ―Ahueco su rostro, manteniendo sus bonitos ojos cautivos en la oscuridad―. Podría hacer esto toda la noche y aun así no sería suficiente.
Golpeando mi pecho, se baja y saca un pañuelo de su pantalón y se limpia para enseguida acomodar su pantalón y su bóxer en su lugar. Se abrocha de camisa y comienza a limpiarme el pecho con el mismo pañuelo que se limpio. Le sonrió por gesto tan tierno.
―Deberíamos llegar a casa antes de que sea demasiado tarde.

Casa.

Esa palabra en esos labios me hace sentir de alguna manera.

Y estoy aquí por ello.

Mr. Perfect Match || Emiliaco M-pregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora