Capítulo 10

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Joaquín:

Nunca he visto un partido de tenis en mi vida, pero viendo a Emilio gruñir y gemir en la televisión de mi sala, no puedo apartar la mirada.

¿Quién hubiera pensado que ver a dos personas golpear una pelota de un lado a otro podría ser tan... intenso?

Emilio saca, y todavía estoy tratando de descifrar esta cosa de anotar cuarenta tantos. No sé por qué no puede ser solo uno, dos, tres, cuatro… pero su oponente falla y la multitud aplaude antes de volver al silencio.

La cámara se acerca al rostro de Emilio mientras camina por su lado de la cancha y su expresión parece casi enojada, o tal vez está hiperconcentrado. De cualquier manera, no me gustaría estar en el extremo opuesto de cualquier cosa que esté sirviendo.

El timbre suena, sacándome de mi momento y miro el reloj antes de colocar a Maddie en su manta y caminar hacia el vestíbulo.

Mátenme.

Todos los miércoles, Eduardo viene a cenar, y había estado tan ocupada esta semana que lo había olvidado por completo.

―Hola ―respondo, poniendo mi mano en mi bolsillo trasero―. Pasa, lo siento mucho, todavía no he empezado hacer la cena, ha sido un día loco...

Y lo ha sido. Después de romperme el trasero toda la mañana para terminar el proyecto de Valdez, pasé la mayor parte de la tarde comprando la lista que me envió la asistente de Emilio. Tuve que ir a tres tiendas de comestibles diferentes solo para encontrar su marca favorita de semillas de linaza orgánica, y luego llamé a cuatro tiendas de nutrición para encontrar el sabor exacto de la proteína en polvo que solicitó.

Cuando llegué a casa, hubo una entrega en la puerta principal: un juego de sábanas de 1000 hilos y dos almohadas de aspecto caro. Solo rezo para que esto sea lo más exigente que pida el hombre o podría estar arrepintiéndome de todos y cada uno de nuestros veintiocho días juntos.

Eduardo entra con un cuenco de ensalada y una botella de vino en la mano y me sigue a la cocina, toma el sacacorchos del cajón y localiza dos copas del armario mientras yo asalto la despensa en busca de algo que pueda hacer en un tiempo récord.

Salgo con una caja de pasta y una botella de aceite de oliva, y por la gracia de Dios encuentro una caja de tomates cherry, una bolsa de espinacas sin caducar y un paquete de queso feta en la nevera.

―¡Maddie, Maddie! ―Él se dirige a la sala de estar y se sienta junto a su manta―. ¿Cómo está mi bebé favorita hoy? ¿Tuviste un buen día con esa loca tía tuya?

Me lanza un guiño. Renata y Eduardo son extrañamente dos guisantes en una vaina a pesar de ser completamente opuestos en todos los sentidos. Honestamente, no sé por qué no han salido todavía.

No, eso es mentira.

Sé exactamente por qué.

Él tiene la mirada puesta en mí.

Hiervo una olla con agua y enjuago y corto los tomates mientras él mantiene entretenida a Maddie.

―¿Desde cuándo te gusta el tenis? ―Señala la pantalla―. ¿O los deportes, en general?
Levanto un hombro mientras paso el colador con las espinacas debajo del grifo.
―Lo estoy probando, para ver si me gusta.
Él ríe.
―¿De verdad? Porque el otro día, podría haber jurado que Emilio Bianchi estaba en tu camino de entrada y ahora está en tu pantalla. ¿Hay algo que no me estás diciendo?

Me atrapó.

La mayor parte del tiempo, Eduardo vive en su propio mundo feliz e ignorante, donde fácilmente puede hacerse de la vista gorda ante realidades dolorosas, pero el hombre puede ser tremendamente astuto cuando quiere serlo.

―En realidad ―le digo―. Era él.
Su mandíbula se afloja.
―¿Qué? Estaba bromeando... o algo así. ¿Era él?
Asiento, volviéndome para salar el agua mientras pequeñas burbujas suben a la superficie de la olla.
―¿Cómo lo conociste? ―pregunta Eduardo―. ¿Y cómo es que yo no sabía de esto antes?
―Nosotros volvimos ―le digo, dándole una versión extremadamente abreviada de la verdad―. Estamos intentándolo, recientemente nos contactamos de nuevo.

Le entrega a Maddie una bailarina de peluche, con los hombros desinflados.

―Ah. Bien por ustedes dos.
La decepción tiñe su tono.
―Te gustan las espinacas en tu pasta, ¿verdad? ―cambio de tema.
―Emilio tiene reputación de mujeriego, ¿no? ―Eduardo pregunta, ignorando mi pregunta, no creo que sea su intención―. ¿No salió con esa supermodelo
hace un tiempo? ¿La que se hizo esa cirugía que hizo que sus ojos parecieran como de zorro?, O con un modelo de Armani.
Me río.
―Probablemente.

Solo otra razón por la que nuestros mundos nunca podrían chocar, yo tengo a un contador suspirando por mí y Emilio sale con mujeres que parecen animales salvajes, y hombres que consumen esteroides.

―No me di cuenta de que eras tan aficionado a los chismes de las celebridades ―le digo.
―Yo no, mi ex, él vivía para esas cosas. Nunca olvidaré la notificación a las dos de la madrugada que recibió cuando el príncipe Harry anunció su compromiso con Meghan Markle. Me desperté de un sueño profundo. ¿Y para qué? ―Él pone los ojos en blanco―Honestamente, nunca he entendido por qué la gente se preocupa por los así llamados estilos de vida de los ricos y famosos. Estas personas no son reales. Quiero decir que lo son en un sentido físico, pero las versiones que obtenemos son seleccionadas por los medios.
―Eso es cierto. ―Echo media caja de la pasta en el agua hirviendo y la revuelvo.

Echo un vistazo a la sala de estar para ver el juego. Emilio está ganando, un punto más, o lo que sea, y ganará el partido.

―Si alguna vez quieres jugar al tenis, mi jefe tiene una membresía en LaGrange Country Club ―dice Eduardo―. Podría conseguir que entremos a la cancha.
Riendo ante la idea, le digo:
―No creo que haya tocado una raqueta de tenis en mi vida.
―Yo podría enseñarte.
Es una oferta amable, pero la idea de hacer el ridículo frente a un grupo de extraños y odiar cada segundo no tiene ningún atractivo.
Sin embargo, lo decepciono suavemente.
―Lo pensaré y te lo haré saber.

Ocupándome de la comida que tenía a la mano, termino de preparar nuestra cena y pongo la mesa mientras Eduardo toma a Maddie en sus brazos y la coloca en la silla alta al final de la mesa. Siempre es así, va un paso delante de mí, es casi como si estuviera leyendo mi mente.

Mi ex podría haber usado una página de su libro...

Coloca un par de juguetes en su bandeja antes de ir a buscar nuestros vinos y tomar asiento frente a mí.
Hemos estado haciendo esto durante meses, nuestras pequeñas cenas semanales, y disfruto de la compañía y la conversación de Eduardo, sin mencionar que Maddie lo adora. A veces me sorprendo fingiendo, en mi cabeza, que somos una pequeña familia, y trato de imaginarme cómo sería estar casado con él. Creo que sería el tipo de marido que te ayuda a lavar la ropa y plancha las sábanas, que corta el césped en un patrón entrecruzado, barre el garaje los fines de semana y planifica las vacaciones familiares hasta el último detalle.

Y tal vez eso sería grandioso y maravilloso.

Pero sin pasión o conexión, todo lo demás es discutible.

Una vez me imaginé besándolo, realmente lo imaginé, con los ojos cerrados con fuerza, lamiéndonos los labios entreabiertos, sus manos en mi cabello, todo ese jazz, pero no sentí nada y cuando terminó, pensé que me
iba a enfermar.

Fue como imaginar besar a un primo, fue perturbador e incorrecto.

No es que hable por experiencia.

―Este plato es increíble, Joaquin―dice entre bocado y bocado―. No sé cómo lo haces, pero cada semana te superas a ti mismo.

Durante la media hora que sigue, me propongo disfrutar de nuestra monótona pero dulce cena… porque después de este viernes, algo me dice que mi vida será todo lo contrario.

Mr. Perfect Match || Emiliaco M-pregDonde viven las historias. Descúbrelo ahora