Juntos

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Capítulo dedicado a todas las personas que se sintieron victimizadas por mis ideas raras y locuras cambiantes. Para todos quiénes lloraron, rieron y los que me amenzaron. Lo entiendo y lo merezco. Para todas las personas que comentaron. Me hicieron reír, me conmovieron. Gracias por todo.

Gracias.

(Por alguna razón no entiendo como esta cosa de dedicaciones funciona así que... lo siento por no usarlo)

....

Una extraña sensación me invadió el instante que abrí los ojos. Era el techo de mi habitación la primera imagen que vi. La segunda fue al costado derecho de la cama. Vacío.

Me levanté de golpe de la cama.

¿Dónde estaba?

Mis manos tocaron donde se supone había estado la noche anterior, ¿cuándo se había ido? Estaba frío.

 -¿Christina? –Pregunté en espera de respuesta. Nada.

Se me hizo un nudo en el estómago.

¿Dónde estaba?

Cientos de hipótesis se me pasaron por la cabeza.

Mientras habíamos estado conversando yo… yo la besé. La besé por… porque quería. Porque necesitaba besarla. Solo fue un pequeño beso. Mis labios tocaron los de ella. Ella estaba entre el colchón y yo. Me incliné y la besé. Nuestros labios estuvieron juntos unos segundos, sin moverse, sin hacer nada más que tocarse. Me había separado de ella y ocultado mi rostro en su cuello mientras me abrazaba. No dije nada, ella se quedó en silencio. Me quedé dormido. Y desperté sin ella.

Me maldije internamente.

¿Y si se fue por eso? ¿Y si… no quería que la besará? Simplemente me incliné, fue un beso casto y fin. Pero ante todo, ¿y si no sentía lo mismo?

Debí haber dicho algo. Haber hablado con ella, pero… no, ni lo sé.

Su habitación vacía. Nadie en la cocina. Nadie en el jardín posterior, en la piscina. Nadie en el estudio. Nadie en el salón de juegos. Nadie más que yo.

 -No, no, no. –Tomaba mi teléfono, me calzaba el primer abrigo que encontré y ataba unos tenis. Aún estaba en pijama.

No la encontraba. Se había ido.

Fue entonces cuando me dije que no me importaba si ella no sentía lo mismo que yo. No me importaba que no me quisiera. Lo único que me importaba es que estuviéramos cerca. Aunque sea me conformaba con verla a la distancia.

Demonios.

Escuchaba el otro lado de la línea, en mi teléfono celular pegado en mi oreja mientras tomaba las llaves del auto. No tenía idea de adonde iba. Bueno, a encontrarla, a buscarla y no volver sin ella.

Abrí la puerta y sentí el frío propio de la mañana golpearme el rostro.

Me congelé. No, me petrifiqué bajo el marco de la puerta.

 -¿Hola? –Escuchaba que alguien preguntaba al otro lado del teléfono. Ni siquiera recordé a quien había llamado. Bajé el teléfono de mi oído y colgué la llamada.

Mi corazón se tranquilizó al verla sentada en las escaleras de la entrada.

Quizás había exagerado demasiado.

Me acerqué lentamente. Estaba sentada mirando el lugar que daba entrada a la casa. Específicamente el gran portón por donde se entraba a la casa. Sus manos estaban entre sus piernas. Corría una corriente helada.

 -Christina. –Volteó percatándose que estaba parado detrás de ella. Se levantó en seguida. Noté que sus mejillas se sonrojaron enseguida.

 -Ah, hola. –Sonrió de medio lado, una sonrisa nerviosa.

 -Yo… -tomé aire-. Pe-pensé que… te habías ido. Que te fuiste. Que… que me dejaste. –Su seño se frunció acercándose a mí. Estábamos a medio metro de distancia.

 -No, no Liam –negó efusivamente-. Me dijiste que a las siete en la entrada. Para salir a correr. –Me percaté que llevaba un traje deportivo-. Son cerca de las siete y cuarenta. Tienes suerte que sea capaz de esperar por ti una eternidad. –Sus mejillas adoptaron un color escarlata o era como el de las fresas.

 -Yo… yo no salgo a correr los domingos. –Bajó la mirada, avergonzada.

 -Pensé que no habíamos ido la anterior semana porque nos quedamos dormidos y… -aclaró su garganta-. Me lo hubieras dicho –estaba nerviosa. Estaba sonrojada. Volvió a aclarar su garganta-. No me hubiera levantado –su mirada estaba clavada en sus zapatos. Cubrió su cuerpo llevando su mano derecha al codo izquierdo, abrazándose-. Iré a cambiarme. –Intentó pasar con mi costado y correr al interior de la casa. Lo impedí al tomar su brazo. La retuve. Su vista seguía en el piso y sus mejillas tan prendidas como el rojo de los semáforos.

 -Christina –era algo incómodo. Bueno, haberla besado la noche anterior y… la había besado antes. Varias veces de hecho. Pero no contaba, no. La noche que en que nos conocimos, no fuimos nosotros y no fue por nada en especial. Nos besamos y bueno… no, no contaba. Luego la besé mientras ella dormía, tampoco contaba y… cuando la besé hace unas semanas actuamos como si nada hubiera pasado. Ella estaba enojada conmigo y estábamos en conflictos por lo que… era como si nada. Pero ayer noche o en la madrugada de hoy… me había abrazado luego de besarla y… necesitaba que…-. Yo quería –la lengua me pesaba-. Entre nosotros, yo… -sentí que también estaba nerviosa-. ¿Te quedarías conmigo? –Era una pregunta extraña. Una que no estaba seguro que no más llegaría a implicar.

 -Sí. –Fue una simple respuesta. Mi estómago se encogía.

 -¿Quieres que yo me quedé contigo? –Fue tonto.

 -Si. –Remojé mis labios mientras extendía mi mano y levantaba su mentón, haciendo que levantara su mirada.

 -¿Juntos? –Un chico de veinte años lleno de inseguridades. Yo también enrojecí. Cualquier otro hubiera preguntado si a ella le gustaba. Hubiera dicho que ella me gustaba. Le hubiera pedido algo, pero no.

Sí, un tonto. Un tonto que le comenzaron a temblar y sudar las manos a causa de su silencio. Sus ojos chocolate tirando a negro estaban tan fijos en los míos.

Recuperé el color en mis mejillas cuando se zafó de mi agarre y me besó.

Lo hizo.

Me besó.

Se puso de puntillas y me besó. Me quedé congelado. Sus labios tocaron los míos y se separó. Un pequeño beso. No me costó más que medio segundo en abrazarla y volver a besarla. No espero una reacción tan abrupta, pero no se separó.

Con cierta torpeza y cierto temor mis labios comenzaron a moverse sobre los de ella. Comenzó a corresponderme. Mis brazos enrollaron su cintura mientras sus manos subieron hasta detrás de mi cuello donde se enlazaron.

De pronto me descontrolé. Mis labios se movieron a diestra y siniestra. Incluso mordí su labio. Algo salvaje y desesperado.

 -Perdón, perdón. –Me disculpé separándome lo suficiente para tomar un poco de aire.  Mi respiración, al igual que la de ella, era agitada.

Sus mejillas eran rojas pero no se separó. Las puntas de nuestras narices aun se tocaban. Sus brazos seguían firmemente enlazados en mi espalda. Mis manos seguían en su cintura.

 -Juntos. –Fue lo que susurró mostrándome una pequeña sonrisa. Vi su hoyuelo y dos segundos después volvió a besarme. No tan poco civilizado como lo había hecho yo, pero fue más que suficiente. Sonreí entre nuestros labios. La levanté abrazando su cintura. Soltó una risa cuando lo hice.

Junto nuestras frentes mientras yo la tenía suspendida en el aire. Sonrió.

 -Juntos. –Repetí.

La Embarraste Payne, está embarazadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora