Secreto

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Sentí una presión en el estómago al ser aplastado por la gravedad.

8, 9, 10... y los números seguían en aumento mientras esperaba llegar hasta el piso 21, por aquel ascensor. Era un viernes. Pero no lo sentía así, bueno si veíamos a aquel día como uno alegre, divertido y con la actitud de vivir como si fuera el último día en la vida, no. Para nada.

Diría que incluso parecía lúgubre. Una sensación de... vacío. Y no se debía al ascensor.

Solté el aire en mis pulmones mientras pasaba una mano por mi cabello tratando de disimular el ambiente pesado. Miré a mí alrededor desconcentrándome de estar en el piso 14, mas no ayudó.

Sentí una presión en el centro del pecho al ser evitado por ella.

Apoyada en el cristal del ascensor. Apoyada en el extremo opuesto de donde yo estaba, alejada de mí.

Mis ojos no se despegaban de verla. El ascensor no llegaría a tener un espacio mayor a cuatro metros cuadrados. Pero, aun así, estábamos tan lejos. Ella lo estaba.

Sus brazos cruzados, abrazándose sí misma. Su cabeza baja, con la mirada perdida en algún punto en el piso. Su cabello ligeramente ondulado, suelto. Caía hasta más debajo de media espalda, ayudándola a cubrirse, de todo.

Su respiración era inaudible para mí, era como si su presencia se atenuaba, comenzaba a ser invisible, en cierto aspecto.

Durante los últimos días, "nuestra relación" se había ido a pique. Todo el progreso que habíamos tenido el último mes y medio, no había dejado rastro al desaparecer. No pasábamos el tiempo juntos, no charlábamos durante largas horas, no reíamos el uno junto al otro, no nos habíamos acercado a más de tres metros de distancia, ni siquiera habíamos estado en la misma habitación por más de medio minuto.

Después de lo que habíamos pasado en las vacaciones de Navidad, de Fin de Año. No, no duró más que un par de semanas antes que ella y yo, volviéramos a ser más que dos extraños.

Bueno, un poco más que eso. Sentía que me comenzaba a odiar, si ya no lo hacía.

Sabía cuál era la razón. Sabía a qué se debía. Sabía las razones y los por qué. Pero no sabía qué hacer. No estaba seguro de qué hacer.

Qué era un completo idiota, eso estaba claro. Un cobarde, también.

Liam.

Hasta el recuerdo de lo que había pasado hasta un solo unos días atrás, me causaba escalofríos.

Sentí de nuevo el peso de la gravedad el momento en que el ascensor se detuvo. Un pequeño timbre sonó segundos antes que la puerta se abriese. Fue el único sonido que hubo. Ninguno se movió. Mis pies seguían clavados en el mismo sitio donde estuvieron durante el recorrido del ascensor, incluso en el momento en que tuve que detener la puerta para que no se cerrará ya que posiblemente alguien pisos abajo estaría pidiendo por ese.

La tensión en el aire posiblemente crujiría, rechinaría y rompería algunos tímpanos, asemejándose a las tonadas de una película de terror antigua, si alguien se atreviese a romperla. No, ninguno lo iba a hacer.

Salí del ascensor y coloqué mi mano, desde fuera, en la puerta para mantenerla abierta, esperando que saliera.

Su vista seguía en el piso, sus brazos seguían cruzados.

No dije nada, ella tampoco.

De no haber sido por la promesa que le había hecho a Niall días antes, hubiera permanecido en casa.

Sé lo prometí. No quiero defraudarlo.

Esas habían sido sus palabras antes de salir de la cocina camino a su habitación. Cerró la puerta en mi nariz al no percatarse que la seguía para así poder hablar, eso creo. Y eso espero.

La Embarraste Payne, está embarazadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora