Felicidades. (La esperanza es lo último que muere)

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Tiempo después

Debí haber leído la letra pequeña. Era como haber firmado un pacto con el mismo diablo.

No tenía control de mi vida. Nunca lo tuve.

Mi vida era la mala broma de algún demente.

Alguien que se divertía al verme miserable. Debía de estarse partiendo de la risa en ese instante. De allí en adelante.

Tenía tres días.

Tres días para dar la noticia.

¿Por qué no hacía algo por luchar? Para qué… ya lo había perdido todo. Todo había perdido sentido. Ya no tenía nada, no quería dejarlos a ellos sin nada. Los chicos lo sabían. Ninguno dijo nada.

¿Acaso la fama y fortuna era más importante que la felicidad?

Sí, lo era. Lo es y siempre lo será.

El mundo de una celebridad no es glamour y dicha. Ellos te ven como un pedazo de carne. Del que pueden disponer, disfrutar y desechar a su antojo. No era más que un instrumento del cual la gente buscaba sacar provecho.

Me usaban. Ya hasta me había acostumbrado que si no lo hacían me sentía mal.

Me quedaban tres días. Tres días antes que la gira comenzara. Sí, el tiempo volaba.

En tres días comenzaríamos la gira mundial. Cerca de medio año por el mundo.

En tres días yo tendría prometida y sería condenadamente feliz. Me daba nauseas la idea.

Finales felices no los hay. Ni en la vida, ni en los cuentos.

Era una porquería.

Un mes había pasado.

Un mes desde la última vez que la vi.

Un mes sin respuesta.

Un mes de recorrer las calles de la ciudad. De revisar esquina a esquina por un rostro. De preguntar por ella.

Mis esperanzas de encontrarla disminuían más a cada día que pasaba.

Me detuve en frente de la puerta de una de mis habitaciones de huéspedes.

 ¿A qué no se imaginan quién vivía conmigo?

Nada más y nada menos que Sophia damas y caballeros.

La muy… ¿atenta?, ¿comedida?, ¿eficiente?, ¿oficiosa?, ¿diligente?, ¿laboriosa?. O como fuere el adjetivo correcto para describir que en menos de una hora había traído todos sus cosas a la  casa. Se había instalando y vivía allí.

No podía, digo, no debía echarla. No.

Golpeé la puerta.

 -Sophia, abre. Necesito que salgas. Vamos a llegar tarde. –Del poco tiempo que había pasado en la casa, del que yo buscaba ser el más mínimo, Sophia se la pasaba encerrada.

 -No me siento bien. No voy a ir. –Gritó desde el otro lado. Solté el aire de mis pulmones, frustrado.

 -Sophia, es la cuarta cita que vamos a cancelar. Por favor, sal. –No podía creerlo.

 -¿Acaso quieres qué algo nos ocurra a tu hijo y a mí por ser un desconsiderado conmigo? –Tanta bilis que producía. No sé que parte de esa oración era la que más me irritaba.

 -Quiero que vayamos al médico para que te revise.

 -¡No me siento bien para salir! –Gritó.

 -¡Con mayor razón para ir al médico! –Dos segundos después me sentí mal, la hice llorar al gritarle-. No llores, Sophia. No fue mi intención.

 -¡Vete! ¡Lárgate! –Golpeé mi frente contra la puerta. Todo eso se había vuelto rutina.

No podía creerlo. Me alejé de la puerta y caminé hacía mi habitación. Saqué el teléfono de mi bolsillo. Puse el remarcado del número de la clínica St. Peter’s. Específicamente la extensión de Leyla.

Sí, el Dr. Shore sería el médico de la familia. En menos de dos meses le había traído nuevos pacientes. Capaz lo nombraría como el próximo padri…

 -Idiota. –Me dije deteniéndome en seco  en medio del pasillo-. Qué idiota. –Algo hizo clic en mi cabeza.

 -Buenas tardes, consultorio del Dr. Shore, Obstetra. ¿En que lo puedo ayudar? –Sonreí al escuchar su voz al otro lado.

 -Leyla, hola. –Qué idiota que había sido y estaba muy feliz por eso.

 -Liam, hola. ¿Vas a cancelar la cita de hoy también?

 -De  hecho era una pregunta que tengo. ¿El Dr. Shore hace visitas en casa?

Idiota se quedaba corto. Ni siquiera había un sinónimo para describirme.

Que ciego.

Que tonto.

¿Cómo no lo note antes?

Bueno, ella no estaba en mis prioridades. Cuanta razón tienen en que si uno no quiere a otra persona, esta es irrelevante. Si a Sophia le hubiera crecido un tercer ojo ni me hubiera dado cuenta. Por eso, fui un idiota al no darme cuenta que estaba delgada. Y no solo eso.

Ella y yo estuvimos juntos. Sí… vaya…

Ella y yo estuvimos… ella… lo recordaba. Sabía que pasó. Por eso cuando me dijo… cuando lo dijo yo… yo pensé que si.

Durante un mes había tenido a Sophia ocupando espacio en la casa y yo… ni siquiera me percaté que ya habían pasado como seis meses desde que pasó, a más.

Fueron meses, meses.

Y ella… ella no…

La puerta de la habitación se abrió. Sentía mi corazón acelerado.

El Dr. Shore estaba de terno y llevaba un maletín en la mano izquierda. Cerró la puerta detrás de él. Movía su cano bigote de un lado a otro. Pasó una mano por su cuello, frotándolo.

 -¿Y? –Este remojó sus labios. Y tomó aire.

 -No quiero sonar descortés pero…

 -¿Qué? –Estaba ansioso.

 -Felicidades, no está embarazada. Es extraño, es la primera vez que me alegro de decirlo.

Debía de llevar la palabra IMBÉCIL tatuado en la frente. Me apoye en la pared. Mi vista estaba en mis zapatos, perdido en la nada. Me deslice lentamente hasta acabar sentado en el piso.

 -Liam, ¿qué te sucede? –Se puso en cuclillas a mi lado examinándome.

 -Ella no… -Me faltaba el aliento. Mi pecho subía y bajaba frenéticamente.

 -Liam, por favor. Por favor no me salgas que estás entrando en shock.

Sonreí.

 -Hay esperanza, todavía la hay.

La había.

La había.

La Embarraste Payne, está embarazadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora