Capítulo 5

3.8K 218 200
                                    

LINK

Viento se movió un poco cuando pasé el cepillo por su crin. Ya había dejado de debatirse. Estábamos haciendo progresos.

—No sé qué le ves —mentí en voz baja, aprovechando que Zelda estaba distraída con el resto de caballos—. Traidor.

Viento resopló. En el fondo, no lo culpaba por dejarse cuidar por ella. O por preferir sus manos suaves por encima de las mías, llenas de cicatrices. Yo también la preferiría a ella.

Escuché sus risitas, y alcé la vista de la manzana que me estaba comiendo. Zelda le estaba trenzando la crin al caballo que tenía delante. Le susurraba cosas al animal mientras trabajaba. Ella no habría podido hacer eso con un caballo que no fuera el suyo cien años atrás. Probablemente le habrían dicho que se apartara para que no acabara oliendo a caballo o estupideces por el estilo.

—No hay ninguna razón para quedarse mirándola como un idiota, ¿verdad?

Claro que sí la había. Había muchas, de hecho.

Viento me miró y luego se acercó a mi manzana.

—No... —empecé, pero ya era demasiado tarde. Me la arrebató de las manos sin emitir ni un sonido. Lo contemplé mientras comía, asqueado, y luego suspiré—. Da igual.

—¿Estás hablando solo? —preguntó Zelda de pronto, acercándose a nosotros.

Oh, no. ¿Cuánto había oído?

—Estoy siendo delicado con Viento —gruñí mientras pasaba el cepillo otra vez.

Ella rio y empezó a hacerle mimos a Viento.

—Tienes suerte, ¿sabes? —empecé al tiempo que Viento resoplaba, feliz, y se dejaba hacer por ella—. Creo que le gustas mucho. No le suele gustar todo el mundo.

—Seguro que eso es una mentira. Viento es muy cariñoso, ¿a que sí?

El caballo resopló de nuevo, y Zelda estalló en carcajadas.

—La primera vez que lo dejé en una posta, empezó a relinchar y a dar coces como si estuviera rodeado de monstruos.

—Oh, no —gimoteó ella—. Pobrecito.

Siguió acariciando a Viento, y tuve que apartar la vista porque aquello empezaba a ser asqueroso.

—¿Por qué lo llamaste Viento?

—Yo no lo llamé Viento. Se llamaba Viento cuando me lo dieron. Me dijeron que tiene ese nombre porque es muy rápido.

—¿Cuánto de rápido?

Sonreí a medias.

—¿Quieres comprobarlo por ti misma?

Zelda también sonrió, aunque luego negó con la cabeza con un suspiro.

—Me encantaría —dijo—. Pero hoy no. Hay mucha gente ahí fuera. No podríamos escaparnos. Y además, todavía tienes el brazo vendado.

Examiné mi brazo con el ceño fruncido.

—Ni siquiera me duele.

—Si Impa todavía necesita vendártelo es por algo. ¿Qué pasa si la herida vuelve a abrirse? Peor aún, ¿qué pasa si te caes del caballo y te das otro golpe en la cabeza?

—¿Caerme del...? ¿Qué tonterías estás diciendo?

Se acercó y plantó dos dedos acusadores en el pecho de mi túnica.

—No son tonterías. Tienes que descansar y curarte.

Era muy difícil discutir con ella cuando estaba tan cerca que podía oler su maravilloso aroma. Olía igual que hacía cien años; a los mismos perfumes y aceites dulces que se ponía en el castillo.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora