Capítulo 40

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ZELDA

Pasaron dos días más, y seguía sin recibir respuestas de la matriarca Riju. Algo me decía que me estaba preocupando demasiado; que tal vez estaba sacando conclusiones precipitadas. Seguramente Link era quien se encargaba de decirme todo eso. En ocasiones él sonaba como la voz que me calmaba en mi cabeza. Pero estaba tan inquieta que ni siquiera podía sentarme y tratar de pensar con claridad.

—No la culpo —dije en voz baja, casi para mí misma—. Le dije cosas muy poco diplomáticas. Seguro que tiene consejeros o algo así. Lo habrán escuchado todo y le habrán dicho que no vale la pena aceptar mi propuesta. Sí, seguro que es eso.

—Zelda, estás siendo...

—Me he dado cuenta. —Me detuve en medio de nuestra habitación en la posada, mirándolo—. Estoy siendo... No lo sé. Poco profesional.

—Dale tiempo —me aconsejó Link. Había perdido la cuenta del número de veces que había dicho eso—. No puede tomar una decisión tan rápido.

—Le he dado tiempo.

—Dos días no son mucho tiempo.

Tomé asiento a su lado y enterré el rostro en las manos con un suspiro. Quería que todo aquello acabara ya. Quería salir de dudas; ya ni siquiera me importaba si aceptaban o no. Y lo que más quería era ver los frutos de mi trabajo. Empezar a reconstruir. Reunirme con Karud y ver la cara de estupefacción que se le quedaría. No había creído en mí; lo había sabido desde el principio.

—Seguro que aceptará —me dijo él, pasando un mano por mi espalda—. Está intentando hacerte enfadar. Para que pierdas la paciencia y te marches.

Alcé la vista para mirarlo.

—¿Quiere que me marche? —susurré—. ¿No va a aceptar?

Él me miró con el ceño fruncido y resopló.

—Quiere que te marches antes de saber su respuesta.

Su teoría sonaba tan ridícula que incluso podría ser cierta. Muy pocas cosas tenían sentido últimamente.

—¿Y qué pasa si se niega? —murmuré—. ¿Qué haríamos? El desierto es importante. Si no puedo trabajar con ellas, Hyrule nunca avanzará. Depende mucho del desierto.

Sentí sus labios sobre mi hombro, pero ni siquiera eso ayudó a que me relajara un poco. Mi cabeza no podía dejar de contemplar las distintas posibilidades, cada una más oscura que la anterior.

—Entonces yo mismo iré a hablar con ella —susurró contra mi hombro—. Le diré que está equivocándose. Que eres maravillosa y que no quieres tener nada que ver con un estúpido reino.

—¿Tú? —Me sorprendí a mí misma sonriendo—. Ni siquiera puedes entrar en la Ciudadela Gerudo. Y dudo que la matriarca Riju salga mucho de su palacio.

Mi padre siempre decía que un buen rey debía visitar a su pueblo. Conocer su reino. De niña, recordaba pasear por las calles de la Ciudadela. Cuando murió mi madre, las visitas se volvieron menos frecuentes, por desgracia. Y luego, pocos años después, empezaron los rumores y los susurros siempre que me veía en la obligación de cruzar las calles de la Ciudadela para salir del castillo. Así que había intentado evitar aquel lugar lo máximo posible.

Lo escuché reír.

—¿Estás segura?

Me giré para mirarlo, y Link se apartó de mi hombro.

—Claro que sí. Es imposible que entres en la Ciudadela Gerudo. Eres un hombre. Tienes prohibido poner un pie ahí.

Pareció incrédulo por un instante, aunque luego su expresión se transformó en una divertida. Tuve la sensación de que estaba ocultándome algo. De que sabía cosas que yo no.

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