Capítulo 24

1.7K 103 65
                                    

LINK

Habían pasado los días, y Yunobo había mejorado. Un poco.

Al menos ya no temblaba de miedo cuando le pedía que me atacara. Los goron no solían usar espadas, de modo que había optado por seguir con las ramas de árbol. Yunobo empuñaba la suya con firmeza. O algo parecido a eso. Al menos su agarre no era tan vacilante como antes. No la mayor parte del tiempo.

Seguía sin ser el mejor guerrero, de todas formas. Aunque mi intención nunca había sido convertirlo en uno. Solo quería que fuera capaz de defenderse. Que no se acobardara ante un monstruo. Su escudo, el legado de Daruk, debía ser su última opción. Eso fue de lo primero que le enseñé.

Era difícil entrenar con un goron, eso debía admitirlo. Su fuerza era muy superior a la mía, así que cuando su rama de árbol iba a parar a lugares desprotegidos el dolor era tal que a veces se me saltaban las lágrimas. Estaba convencido de que había soltado todas las maldiciones y blasfemias que existían y existirían jamás. Y Yunobo se disculpaba una y otra vez siempre que algo así ocurría. Eso solo me molestaba todavía más, de modo que ignoraba el dolor y fingía que nada había ocurrido. Era especialmente bueno en ambas cosas.

—Hoy es nuestro último día aquí —le dije a Yunobo una mañana.

Él se quedó boquiabierto, con las ramas de árbol aún en sus manos.

—¿Os vais ya?

Parecía triste. ¿Qué le causaba tanta tristeza? Tampoco había pasado tanto tiempo con él para que fuera a echarme de menos. Debería odiarme por haberlo dejado encerrado en las minas, agonizando. Si no fuera por Zelda, ni siquiera habría vivido para contarlo, y yo no habría podido hacer nada para evitarlo.

—Sí.

—¿Por qué?

—Zelda quiere seguir viajando. Y el clima de este lugar no es el mejor para nosotros.

—Pero los elixires...

—Eso no es suficiente a veces.

Yunobo parpadeó, confundido, aunque al final asintió con lentitud. No lo comprendía del todo, pero no iba a hacer ninguna pregunta. Los goron eran muy fáciles de leer. La mayoría, al menos.

Me tendió mi rama de árbol. Tenía marcas y no resistiría mucho más, pero aún servía. Tomé asiento sobre una roca.

—¿Y a dónde iréis ahora?

Me lo pensé un momento. No había hablado de eso con Zelda. No todavía. Iríamos a las fuentes termales, pero eso era todo lo que habíamos decidido. Y luego saldríamos de Eldin. El camino era incierto después de eso.

—No lo sé —respondí—. Ya se lo preguntaré a Zelda.

—¿Y tú quieres viajar con Zelda?

Lo miré con el ceño fruncido.

—Claro que quiero.

—¿Por qué?

Resoplé, molesto. Me hacía preguntas como aquella una y otra vez. Y siempre respondía lo mismo. Pero era inútil, como si intentara enseñar a leer a un bebé.

—Ya te lo he dicho al menos seis veces.

—¿Llevas la cuenta?

Resoplé de nuevo. Decidí zanjar la conversación ahí. Sería una pérdida de tiempo seguir intentándolo. Me puse en pie de un salto y empuñé la rama de árbol como si fuera una espada. Yunobo se apresuró a hacer lo mismo. Sabía que los goron no entrenaban así, porque ellos no usaban las espadas tanto como los hylianos, pero no me importaba. Si quería seguir aprendiendo, que lo hiciera con algún maestro de armas goron.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora