LINK
Me pareció escuchar pisadas a nuestra espalda. Sin embargo, cuando me di la vuelta, el camino estaba desierto. Supuse que habría sido solo la Espada Maestra. Seguía oyendo su voz, que me alertaba en susurros. Había vuelto a oírla de pronto, con mayor fuerza que nunca. Y daba gracias por que se hubiera apagado poco a poco. Había olvidado lo que era sentir el dolor del espíritu en mi cabeza.
Sentí un escalofrío y me volví de nuevo, pero seguía sin haber nadie observándonos desde los arbustos. Maldije en voz baja mientras intentaba mantener la calma. Todavía me dolía la cabeza después de haber oído la voz de la espada. Diosas, había sido horrible. Pero eso no era lo peor de todo.
Zelda debió escucharme porque alzó la mirada con una pizca de preocupación. ¿Cómo demonios iba a ocultarle aquello?
—¿Estás seguro de que todo va bien? —me preguntó con suavidad—. ¿Quieres volver? Si te encuentras mal, podemos tomarnos el día libre.
Había encontrado un campo repleto de Princesas de la Calma mientras buscaba leña aquella mañana. Eran las favoritas de Zelda y ella se entusiasmaba cada vez que las veía cuando viajábamos. Había querido traerla para que las viera con sus propios ojos. Y ahora lo estaba estropeando todo.
—Estoy bien —le dije. Me arrodillé a su lado e ignoré su mirada cautelosa—. No están nada mal —añadí, señalando sus dibujos.
Ella vaciló un momento antes de responder.
—Me alegro de que te gusten. Si no tengo la piedra sheikah, tendré que arreglármelas de otra forma.
Había dibujado Princesas de la Calma. No era ningún experto, pero no lo hacía nada mal. Escuché un sonido extraño detrás de nosotros. Cuando me di la vuelta, no vi nada. De nuevo. Zelda suspiró.
—Te lo preguntaré una última vez —me dijo, mirándome a los ojos. En su voz no había nada amenazante. Solo preocupación—. ¿Qué te pasa? Sabes que lo entenderé, Link.
Vacilé por unos momentos. Algo me gritaba que debía contárselo. Debía contarle lo ocurrido con la espada y lo que había visto. Lo que había creído ver. Pero entonces pensé en las consecuencias que eso traería. Ella parecía feliz con los progresos que estábamos haciendo en la aldea. Se merecía poder sonreír y no tener que preocuparse por un peligro que la persiguiera nunca más. Ya había sufrido lo suficiente.
—Tuve una pesadilla —respondí al final, y me odié a mí mismo por hacerlo—. De esas que son horribles. Supongo que todavía la tengo en la memoria.
Era un mentiroso pésimo, y por lo tanto sabía que Zelda no iba a creérselo. De hecho, me miró con los ojos entornados.
—No te sentí dando vueltas anoche —repuso.
—Eso es porque intentaba no despertarte.
Se me quedó mirando durante un largo rato. Tenía la sensación de que podía leerme el pensamiento, y eso no me gustaba.
—Está bien —murmuró al final. Recogió su cuaderno del suelo—. Si te pasa algo más, ¿me lo contarás?
Asentí con la cabeza y ella resumió su tarea. La observé dibujar durante un rato. Hacía pruebas y, cuando no le gustaban, murmuraba cosas para sí misma y empezaba de nuevo. Me hubiera gustado ayudarla o divertirme con ella, pero estaba demasiado alerta. Tenía que concentrarme en los ruidos y en controlar el temblor de las manos. Ella ya sospechaba, pero no quería que supiera la verdad. No por el momento, al menos.
Suspiró al cabo de una hora, cerró su cuaderno y acarició los pétalos de una Princesa de la Calma cercana.
—Me alegra mucho que hayan podido sobrevivir —dijo en voz baja—. Es una flor maravillosa. Podríamos plantar algunas en casa.
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Cicatrices
FanfictionDespués de cien años, Hyrule ha sido liberado del tormento del Cataclismo y atraviesa tiempos de paz. Ahora que la siniestra sombra que rodeaba el castillo ha desaparecido, los hylianos toman la decisión de convertir las llanuras salvajes en algo pa...