Capítulo 19

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Ella fue quien hizo el desayuno al día siguiente. Me había despertado y lo primero que había visto era que no tenía la espada cerca y que Zelda no estaba allí. Afortunadamente, había aparecido poco después, tras haber recogido frutos para el desayuno. Me había devuelto la espada y me había asegurado que todo estaba bien. Que nada había ocurrido durante la noche.

Tendría que haber montado guardia. Llevaba dos noches seguidas sin dormir, pero era necesario. Había aguantado cosas peores. Todavía seguíamos en Akkala, y pese a estar ya en las afueras, quién sabía si nos habían encontrado. No podía cometer más errores.

Zelda parecía decidida a no hablar de lo ocurrido durante los últimos días. Yo no podía pensar en ello sin que algo se me retorciera en el estómago. Ella decía que no había nada malo. Que todo eran coincidencias. No había pruebas para demostrar que alguien quisiera hacernos daño.

En ocasiones me preguntaba cómo podía ser tan ingenua. O tan confiada. Aunque, en el fondo, sabía que estaba engañándose a sí misma. Algo no iba bien, y ella debía percibirlo igual que yo. No era tonta.

Desde lo sucedido en aquella posta, antes de llegar a la Región de los Zora, había sabido que algo pasaba. Querían a Zelda. Ella había sufrido dos ataques ya, y lo de la posta de Akkala había sido una advertencia. Tal vez una demostración de lo que eran capaces de hacer. Quienquiera que estuviese detrás de todo aquello debía conocer la identidad de Zelda. Si no, no estarían interesados en hacerle daño. Me frustraba no haber cogido al bastardo que se había colado en el laboratorio de Rotver para asustarla. A saber lo que podría haber llegado a hacer si ella no se hubiera despertado.

Odiaba tener que huir otra vez. No había planeado volver a montar guardia jamás, y tampoco examinar cada rincón de lo que nos rodeaba por miedo a que algo saltara entre los arbustos para intentar atacarnos de nuevo. Había creído que esa época quedaba ya muy atrás. Que ahora tendría libertad de una vez por todas.

Había estado muy equivocado, al parecer.

—¿En qué estás pensando? —me preguntó Zelda mientras ensillaba a los caballos.

—En nada —respondí. Viento aceptó la manzana que le tendía con alegría. Al menos él estaba de buen humor.

—¿Te he dicho ya que no sabes mentir?

—Varias veces.

Ella suspiró, pero no siguió insistiendo. Sabía tan bien como yo lo que sucedía. Solo fingía que no había ningún problema; que las cosas estaban bien y que podíamos viajar como dos niños despreocupados. No me gustaba ser yo quien destrozara sus fantasías, pero no había otra solución.

—¿A dónde quieres ir? —le pregunté al tiempo que recogía el campamento.

—¿Qué está más cerca?

Pensé en lugares seguros. No había muchos por allí, de hecho. Quizá volver a Kakariko era una buena idea. Estaba a punto de proponérselo cuando ella dijo:

—¿No estamos justo al lado de la Montaña de la Muerte?

Supe por dónde iba, y aquello dejó de gustarme.

—La Montaña de la Muerte es peligrosa.

—¿Por qué? ¿Porque hace mucho calor?

Se rio de su propia broma. Yo la miré con el ceño fruncido.

—Pues sí. Precisamente por eso.

Me di la vuelta y até mi bolsa de viaje a las alforjas de Viento. Zelda se acercó entre risitas y tiró de mi brazo.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora