Capítulo 39

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ZELDA

Había sido una mala idea. Una terrible. Probablemente la peor idea que había tenido nunca. Y eso que las cosas que se me ocurrían no solían ser brillantes. Sin embargo, en aquella ocasión, me había superado.

La luz que se colaba por la ventana me golpeó en los ojos. Entonces empecé a entender cómo debía sentirse Link. Yo también querría deshacerme de la ventana, si estuviera obligada a sufrir aquella luz cegadora cada mañana.

Oh, Link. Pobre Link. Gruñó cuando intenté moverme y me abrazó con más fuerza. No me resistí. La cabeza me dolía demasiado para eso. ¿En qué demonios había estado pensando la noche anterior? Tendría que haber traído una sola botella, para mí, y no darle nada a él. No quería ni imaginarme el dolor de cabeza que tendría. Si el mío era malo, el suyo sería aún peor. Y todo por mi culpa. Debería haberme emborrachado sola. Habría sido mejor para todos.

Pero ¿a quién pretendía engañar? En el fondo, solo había querido divertirme. Recuperar el tiempo perdido. Pese a todo, me sentí ligera como el viento cuando recordé que éramos libres por fin. Por primera vez. Y ese era motivo suficiente para celebrar. Además, siempre era mucho más satisfactorio festejar en compañía que hacerlo sola. Lo había comprobado en numerosas ocasiones.

—Zelda —murmuró él de pronto—. Zelda.

—¿Qué?

Era imposible que siguiera bajo los efectos de aquel veneno. Ni siquiera la bebida gerudo duraba tanto. Y eso que era fuerte.

—Anoche —dijo, y sonreía. No tenía pinta de estar doliéndole nada—, ¿hicimos algo?

Me quedé muy quieta entre sus brazos.

—¿Algo como qué?

—Tú ya lo sabes, Calabacita.

Ya estaba con los nombres estúpidos otra vez. Quise reprochárselo, pero cuando comprendí a lo que se había referido, sentí que mi rostro entero ardía.

—Serás imbécil —le dije—. ¿Por qué demonios quieres saber eso?

—Porque no recuerdo nada —respondió, mirándome a los ojos—. Nada de nada. Y creo que tengo derecho a saberlo —añadió con una risita.

Contuve un gruñido. Aquello era lo más vergonzoso que había tenido que hacer en semanas.

—No —murmuré—. Para tu información, no pasó nada anoche. Al menos, no que yo recuerde.

—Tienes buena memoria. Confío en ti. —Sentí su mano en mi pelo, y luego siguió deslizándose por la espalda—. Tienes razón. Soy imbécil. Si te hubiera hecho el amor, no tendrías esta maravilla puesta ahora —dijo, y percibí que acariciaba la tela del vestido—. Y yo tampoco, claro.

—Eres insoportable.

Me aparté de su lado mientras él reía como un crío y me senté sobre las mantas. Fue una mala decisión. La cabeza me retumbó con fuerza, y todo dio vueltas por un instante. Diosas, no volvería a hacer algo así. Nunca más.

Se oía música procedente del exterior. No sabía qué hora era, pero eso era irrelevante. Era demasiado temprano para estar celebrando algo.

—Hueles bien —susurró él de repente—. Todavía. ¿Cómo puedes oler bien durante tanto tiempo?

Me ruboricé, pero me obligué a mirarlo. Ya no sonreía tanto. Ahora parecía tan mareado como yo.

—Quizá sea porque alguien pagó por el baño más caro —respondí, apartándole el pelo de los ojos. Parecía agotado. ¿Cuántas noches llevaba sin dormir, en realidad?

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