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Cuando alcé la vista de la leña, la vi brillar. La contemplé boquiabierto, aunque por dentro no sentía asombro, sino terror. El fuego prendió, y aparté los dedos para no quemarme. Su luz dorada era casi cegadora. ¿Tenía que hacer algo? ¿Detenerla? ¿Dejar que rezara en paz?
Tenía que empezar a acostumbrarme a que ella usara su poder. Me daba miedo, más de lo que admitiría jamás, pero no me quedaba más remedio. Decidí esperar un poco. Sin embargo, nada sucedió. Se mantuvo muy quieta en el agua, brillando y envuelta en sus ropas para el frío. Dejaría que se quedara así hasta el atardecer. Si para entonces no había salido de la fuente, tendría que sacarla yo. El medio era lo de menos.
Tomé asiento junto al fuego. Desde allí podía ver su brillo. Y también el de la efigie de la Diosa. ¿O serían solo imaginaciones mías? Debían serlo. La fuente estaba en ruinas; las columnas se habían derrumbado y todo estaba cubierto de nieve, pero eso solo le daba un aspecto aún más temible. Y, con Zelda allí, las cosas solo empeoraban.
Dejé la Espada Maestra sobre mi regazo, muy cerca. No pensaba herir a nadie, pero al menos me daba seguridad. Toqué la empuñadura y percibí como el poder se removía bajo mi mano. El espíritu debía percibir de alguna forma el lugar en el que estábamos, porque alcanzaba a oír sus propias plegarias.
Alcé la vista por si acaso, pero Zelda seguía en el mismo sitio. Me sorprendía que hubiera querido acudir al Monte Lanayru. Había llegado a creer que jamás volvería a pisar una fuente sagrada a su lado. Aunque, al parecer, había estado muy equivocado. Comprendía sus motivos; yo también habría ido hasta allí si fuera ella. Debía tener un vínculo extraño con las Diosas, algo que yo no tenía ni tendría nunca. Eso también me daba miedo. Justo dos días atrás habíamos estado besándonos en medio de la nada. Ella había ido un paso más allá, y todavía recordaba el roce frío de sus dedos sobre mis cicatrices, tanto las viejas como las más recientes. No se había acobardado al verlas. Agradecía que me hubiera detenido antes de que me deshiciera de la túnica. No sabía a dónde habríamos podido llegar de lo contrario.
Y ahora estaba dentro de una fuente sagrada, frente a las Diosas, brillando como lo que realmente era; una diosa más, como las deidades a las que tanto veneraba. Y la efigie muerta y eternamente sonriente de la Diosa Hylia tenía la vista clavada en mí, y eso me aterrorizaba. Seguro que lo había visto todo. Todo.
¿Tenía que lanzar mis propias plegarias? Tal vez la Diosa estuviera muy ocupada manteniendo su conversación con Zelda. Sí, prefería no intervenir. Ni mirar la estatua. No cuando sus ojos vacíos y acusadores se clavaban en mí como dos lanzas arrojadizas.
Me dediqué a examinar la Espada Maestra. Desenvainé parte de la hoja, esperando ver su brillo. Pero el acero seguía siendo normal y corriente. No había ningún brillo. Aquello me hizo sentir un poco mejor. Yo era el único allí que no podía brillar.
Nuestro campamento estaba algo resguardado del frío, bajo el hueco entre una columna derrumbada y la antigua pared de la fuente. El suelo estaba cubierto de nieve y escarcha, pero no había nada que pudiera hacer para solucionarlo. Pequeños copos de nieve no cesaban de caer del cielo gris, lenta pero decididamente. Extendí una manta en el suelo, y ahí fue donde tomé asiento. Entonces pensé en el frío que debía estar pasando Zelda. Había entrado en fuentes sagradas antes, y recordaba lo gélidas que eran las aguas. Si en Akkala estaban tan frías que tenía la sensación de estar haciéndome daño, no quería ni imaginar la temperatura a la que se encontraba aquella fuente. Seguro que estaba congelada. Y, mientras yo me calentaba junto a un fuego, Zelda rezaba en aquel infierno.
Me recordé que aquella había sido su decisión. Había intentado prevenirla, pero ella no me había hecho caso, testaruda como era.
No se movió en todo el día. Permaneció en la misma posición, envuelta en su luz dorada y con las manos unidas frente al rostro, lanzando plegarias a las Diosas de forma silenciosa. Las aguas de la fuente temblaban con cada ráfaga de viento gélido, aunque a ella no parecía importarle siquiera. Cuando empezó a atardecer, preparé una cena caliente. Ella no había comido nada en todo el día. Supuse que lo necesitaba.
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Cicatrices
FanfictionDespués de cien años, Hyrule ha sido liberado del tormento del Cataclismo y atraviesa tiempos de paz. Ahora que la siniestra sombra que rodeaba el castillo ha desaparecido, los hylianos toman la decisión de convertir las llanuras salvajes en algo pa...