Capítulo 22

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—¿Un monstruo? —repitió Zelda—. ¿En las minas?

Los goron la miraron. Ni siquiera parecieron inmutarse de que ella los había interrumpido.

—Llegó hace una semana. Aterroriza a los mineros. Dicen que es indestructible.

—Ningún monstruo es indestructible —dijo Zelda.

—Nuestras armas no consiguen hacerles daño. Y cada día se hace más fuerte.

Miré a Zelda, y al instante supe lo que ella estaba pensando. Aquel no era un monstruo normal.

—¿Ha habido alguna pérdida?

—No, gracias a las Diosas. Pero los mineros no pueden trabajar en esa mina. Y en las profundidades hay minerales valiosos.

Ella ya tenía el ceño fruncido. Casi podía oír como buscaba soluciones. Había solo una solución, y eso lo sabía tan bien como yo.

—¿No visteis a nadie entrar ahí? —me atreví a preguntar.

—No. Los mineros volvieron a casa una noche y, al día siguiente, el monstruo ya estaba allí.

Asentí y guardé silencio de nuevo. Zelda me observaba sin comprender. Estaba esperando una explicación, pero no pensaba dársela frente a los goron. Además, probablemente no me creería. Pensaría que estaba siendo paranoico otra vez y se enfadaría, y el viaje hasta la Ciudad Goron había transcurrido con tanta calma —sin una sola discusión, de hecho— que no me apetecía regresar a los malentendidos.

—Puedo ir yo —dije. Zelda se irguió al instante, pero me negué a mirarla—. Creo que puedo ayudar.

Era mentira. Ni siquiera sabía a lo que me enfrentaría. Pero no era la primera vez que algo así me ocurría, y ya tenía una ligera sospecha de que no sería la última.

Gorobu me examinó de arriba abajo y luego suspiró.

—No quiero que pongas tu vida en peligro otra vez, muchacho.

Me habría gustado decirle que ya era tarde para eso. Había puesto mi vida en peligro solo recorriendo el camino para llegar hasta allí, y ponía mi vida en peligro cada vez que me tomaba uno de aquellos horribles elixires.

—No me pasará nada.

—Yo me aseguraré de eso —intervino Zelda. Cuando la miré, vi que estaba furiosa. Eso ya me lo esperaba.

—Tú dijiste que querías quedarte aquí, ¿recuerdas? —Ella entornó los ojos y sentí que su mirada podía atravesarme—. Dijiste que tenías cosas de las que hablar con los goron.

—Eso puede esperar.

—No estaré mucho tiempo fuera —repuse—. ¿Las minas están muy lejos?

—No —respondió Yunobo—. Están solo a una hora de aquí.

—¿Lo ves? Volveré antes del anochecer.

Vi que tomaba aire y casi pude oír como contaba hasta diez para calmarse. Murmuró una disculpa a los goron y tiró de mí hasta el exterior.

—¿Qué te crees que estás haciendo? —siseó.

—Ayudar.

Se le escapó un suspiro de frustración.

—Eso ya lo sé, Link. ¿Por qué no quieres que te acompañe?

Guardé silencio. Si le decía es peligroso, se enfurecería aún más.

—Tienes que hablar con los goron aquí —dije al final—. Es importante.

—Lo del monstruo también es importante —replicó—. Y no habrá mucha diferencia. Menos de un día, de hecho. Puedo seguir mañana.

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