Capítulo 20

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ZELDA

Al día siguiente, lo primero que sentí fue un extraño cosquilleo en el estómago. Mariposas. ¿Cuándo fue la última vez que él me hizo sentir mariposas? Siempre era bueno conmigo, pero no iba a engañarme. Llevaba un tiempo sin comportarse de la misma forma.

Eso me había preocupado. No sabía qué estábamos haciendo mal, y lo último que quería era perderlo. Sin embargo, había reunido el valor necesario para decírselo y lo habíamos hablado y resuelto como dos adultos maduros y responsables. Y me había despertado entre sus brazos, sintiéndolo cerca. No había nada mejor que eso.

Y la noche anterior me había mirado de verdad. Había dejado de observar nuestros alrededores con el ceño fruncido y se había concentrado en mí. Me había dicho que me quería. No hacía falta que lo dijera en voz alta para que yo lo supiera, pero no estaba mal oírlo de vez en cuando.

Me había dado los buenos días, me había dado más besos y luego había hecho el desayuno. Yo me ofrecí a ayudarlo, así que cocinamos juntos, como solíamos hacer en casa. Y llegué a pensar que me había hecho caso por fin, porque había dejado de examinarlo todo con sospecha, como si las piedras del camino fueran nuestro enemigo. Incluso parecía despreocupado. Echaba de menos verlo así. En Kakariko, mientras nos recuperábamos de la batalla, Link no había tenido ninguna preocupación. Y yo tampoco. No de verdad. Luego habíamos salido al mundo exterior, y habíamos chocado contra la realidad.

—¿Podemos repetir lo de anoche? —le pregunté mientras él recogía el campamento.

Alzó la vista y me miró con el ceño fruncido. Tuve que contener un suspiro de frustración.

—¿Qué parte, exactamente?

Puse los ojos en blanco, y él sonrió a medias.

—Lo de mirar las estrellas. Juntos.

Su sonrisa se hizo más amplia.

—Como ordenéis, princesa.

Cómo odiaba que me llamara princesa. Sabía que solo estaba burlándose de mí, pero seguía sin gustarme. Hice una mueca y él me dio un beso de disculpa.

—No te enfades.

—No me he enfadado.

Soltó una carcajada. Una carcajada de verdad. No había oído ese sonido en días. Recordaba haberlo visto reír la noche anterior, pero incluso entonces lo había hecho con cautela y timidez. Aquella era una risa de verdad, como las que estaba acostumbrada a recibir por su parte.

—Date prisa —me dijo mientras volvía a centrarse en recoger las cosas—. Tenemos que irnos dentro de poco.

Asentí a regañadientes y fui hacia el rincón en el que había dejado desparramadas algunas de mis cosas. En realidad estaba muerta de miedo, pese a que los goron no fueran tan temibles como los zora. Y Link no me había advertido nada; solo me había dicho que en lo alto de la montaña hacía mucho calor. Aquella era una buena señal.

Debía reconocer que necesitábamos a los goron. Los necesitábamos de verdad. Ellos trabajaban en las minas y proporcionaban material valioso de construcción. Y, además, eran grandes y fuertes. Si no conseguía el apoyo de los goron, por remota que fuera la posibilidad, estaríamos perdidos. Quizás encontráramos otra solución, pero no sería lo mismo. Esperaba no estropearlo todo ahora. No cuando aquella parte del plan era tan importante.

Ensillé a Calabaza, que me recibió con un resoplido. Tenía la sensación de que empezábamos a entendernos. Había sido difícil, pero ningún caballo podría resistirse a ser bien cuidado y bien alimentado. Y encima podía recibir golosinas. Tampoco la forzaba demasiado; siempre íbamos a buen paso, pero era muy raro que galopáramos. Link no lo hacía excepto en caso de extrema necesidad, y lo entendía. Nunca había montado a Calabaza mientras corría a toda velocidad, pero Viento sí era rápido. Tanto que, aquel día en las afueras de Kakariko, a duras penas había conseguido permanecer sobre el caballo.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora