Capítulo 38

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LINK

Miré hacia atrás de nuevo, pero nadie nos seguía. Contuve la respiración, y no me llegaron pasos o voces. Me giré sobre la silla para asegurarme de que Zelda siguiera allí. Había dejado que se adelantara un poco. Ella tenía la piedra sheikah y, pese a todo el tiempo que había transcurrido, conocía el camino al desierto mejor que yo.

Se dio la vuelta para mirarme, y negué con la cabeza. Pareció aliviada. Se esforzaba por mantenerse firme en momentos como aquel, pero sabía que estaba aterrada. No la culpaba. Yo también lo estaba, aunque quizá nunca lo admitiría en voz alta.

La espada estaba en silencio. Durante las últimas semanas, apenas había escuchado su voz. Solo me había hablado en la Meseta de los Albores, para advertirme del peligro. E incluso entonces no había sonado tan clara como de costumbre. Parecía lejana. Tampoco sentía lo mismo cuando la empuñaba. Podía usar su poder, pero cada vez era más difícil. Se resistía, como si algo no estuviera bien.

Intentaba no pensar en ello. Me había convencido de que había cosas más importantes. Pero lo cierto era que me preocupaba. Tal vez ya no era digno de ella por haber matado a un hombre. Aunque eso carecía de sentido; era una espada, al fin y al cabo. Servía para matar, sin importar lo sagrada que fuera. Aquel no podía ser el motivo. Pero ¿qué otra razón podía haber? La espada no podía estar perdiendo su poder. La hoja aún brillaba, tan pura como siempre. Tal y como la recordaba. Pero algo había cambiado.

Vi que Zelda sacaba la piedra sheikah. Revisé que no hubiera nadie siguiéndonos una vez más y luego me acerqué a ella. Observaba el mapa con el ceño fruncido.

—Si seguimos por aquí —dijo—, tardaremos más en llegar.

Examiné el mapa y después lo que nos rodeaba. Llevábamos varios días de viaje, y tenía la horrible sensación de que apenas nos habíamos movido. Si miraba atrás no podía ver la Meseta de los Albores, y ese era el único consuelo que tenía. La única señal de que nos habíamos alejado de verdad.

—Estamos perdiendo el tiempo —murmuré—. Solo hay un camino hasta el desierto. Hay que pasar por el Cañón de Gerudo. A menos que quieras escalar montañas.

Sonrió, aunque el brillo no llegó a sus ojos.

—Así les daríamos menos trabajo a esos asesinos. Si me despeñara desde una montaña, no tendrían que matarme ellos.

Aún sonreía. ¿Por qué sonreía?

—¿De verdad quieres escalar?

—Claro que no. No aguantaría mucho escalando una montaña.

Respiré aliviado otra vez. Ella rio. Fue agradable oírla reír. Era un sonido raro últimamente.

—No puedo creer que Link, elegido por las Diosas y todo eso, prefiera arriesgarse a ser atacado por unos asesinos antes que escalar una simple montaña.

—No es una simple montaña —mascullé—. Son varias montañas. Muy altas. Y peligrosas.

—Creí que tenías resistencia divina.

La miré, divertido. Ella seguía sonriendo. Hasta que pareció recordar algo y suspiró. Se fijó en la piedra sheikah de nuevo.

—Podemos seguir por aquí —murmuró, trazando el camino invisible que llevábamos varios días recorriendo—. Hasta que estemos obligados a... a volver al camino principal.

Percibí que se estremecía. No tenía una idea mejor, así que asentí en silencio. Esperaba que, para cuando regresáramos al camino, los asesinos pensaran que habíamos decidido buscar refugio en otro lugar. De cualquier forma, dudaba que se atrevieran a acercarse al desierto. No les sería tan fácil atacar allí.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora