Capítulo 46

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ZELDA

Aquellos últimos días, había descubierto que viajar en grupo no era tan malo como me habían dicho.

Había viajado acompañada por una escolta amplia de soldados en incontables ocasiones un siglo atrás, pero eso era casi lo mismo que viajar sola. No se dirigían a mí y yo no me dirigía a ellos excepto para dar órdenes. Sospechaba que ninguno de ellos había querido estar allí desde el principio; ni siquiera mis doncellas, que viajaban conmigo a veces, disfrutaban mucho de mi compañía. No las había culpado entonces.

Ahora, sin embargo, era distinto. Los constructores de Karud me apreciaban. Me hacían reír y me contaban historias casi cada noche, al calor de una hoguera. Trabajaban sin quejarse y, aunque sabían que era joven, no se burlaban de mí por ello. Me trataban con cierto respeto, incluso, y a sus ojos empezaba a verme como una igual. Esperaba no estar equivocada.

Los zora eran amigables con todo el mundo. Había hablado con ellos para que olvidaran los títulos, igual que había hecho con los sheikah. Ellos no habían comprendido mis motivos, pero habían aceptado sin emitir una sola protesta. Ahora era solo Zelda para ellos.

Los sheikah me trataban con deferencia silenciosa. Para ellos era difícil olvidar quién era. Y no los culpaba por ello. No era sencillo olvidar el camino que las deidades les habían impuesto desde el principio de los tiempos. Sin embargo, no quería que estuvieran atados a mí. No después de todo lo que había ocurrido. Quería que dejaran de ocultarse entre las sombras y que conocieran el resto del mundo. No les hacía ningún mal.

Los hylianos de Onaona eran muy distintos a los constructores de Karud. Ellos parecían tenerle más aprecio a Link, sobre todo desde el incidente de la noche anterior. Eso no significaba que no les gustara mi compañía, sin embargo. Me sonreían ligeramente cuando me cruzaba con ellos. Nunca me habían dirigido una sola mirada hostil durante el tiempo que llevaba en el campamento.

Todo iba bien. Se podía controlar la situación. Me sentía acogida. Sentía que, por una vez, me apreciaban por quien era y no por quien decían las leyendas que debía ser. Y esa era una de las muchas razones por las que prefería el nuevo Hyrule al antiguo.

—Una vez, cuando era más joven, fui con mis amigos al castillo de Hyrule —dijo Karel, que también había recibido el disparo de un guardián en medio de la Llanura de Hyrule—. Os he contado ya lo temerario que era de joven, ¿verdad?

—Con todo lujo de detalles —masculló Karad, a mi lado. Se me escapó una risita.

—Bien. Pues tenía un grupo de amigos que venían de rincones peligrosos de Hyrule. Estaban acostumbrados a la acción y a meterse en problemas.

—¿Y tú? —preguntó Mavan, uno de los zora. Zalab, la mujer zora que había tenido aquella breve discusión con los sheikah durante la noche de las celebraciones, rio junto a él.

—Yo era un muchacho tranquilo. Podía no ver los límites en ocasiones, pero no era como mis amigos. —Algunos miembros de Construcciones Karud rieron, pero Karel los ignoró—. Quisieron aventurarse en el castillo una mañana y yo no me negué. Ya me había encontrado con esos bichos varias veces y sabía dónde patrullaban. Conozco la Llanura de Hyrule como la palma de mi mano, amigos míos. Ni un solo bicho nos vio. Estoy seguro de que nunca se enteraron de que estábamos allí.

Me resultó difícil creerlo. Los guardianes detectaban el más mínimo movimiento a cientos y cientos de pasos de distancia. Lo había comprobado hacía cien años. Una parte de mí se moría de ganas por llevarle la contraria a aquel hombre, pero el sentido común me decía que no serviría de nada. Así que lo dejé continuar.

—Llegamos al castillo al anochecer. Nunca olvidaré la oscuridad de ese lugar. Diosas, el monstruo estaba tan cerca que podía sentirlo en mis propios huesos. Y esa sustancia viscosa estaba por todas partes. No mentiré y diré que no estaba asustado.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora