Capítulo 47

1.4K 93 27
                                    

LINK

Nadie parecía muy contento al día siguiente.

Cuando Zelda y yo salimos de la tienda con las primeras luces del amanecer, algunos se nos quedaron mirando. No vi a ningún zora, y tampoco a ningún sheikah. Supuse que todo iría mejor así. A saber la clase de tonterías que unos pocos llegarían a hacer si se encontraban.

Sentía las miradas como ladrillos a mi espalda, pero no oía ni una sola voz. Zelda cogió mi mano y la apretó con fuerza. Se había pasado gran parte de la noche dando vueltas y no había querido comer casi nada cuando le ofrecí el desayuno. Estaba preocupada, y la entendía. Yo también lo estaba.

Se detuvo frente a la entrada de la tienda donde Karud se reunía con sus constructores al mando. Vi como tomaba aire y luego me miró a los ojos.

—No te hará nada —le aseguré antes de que ella pudiera hablar—. No le dejaré. Tienes mi palabra.

—Lo que me preocupa es que te haga daño a ti, Link. No a mí. Te tiene rencor por haberte interpuesto anoche. Estoy segura.

Forcé una sonrisa aunque, a juzgar por su expresión, no resultó muy convincente. Y eso que estaba mejorando en lo de fingir sonrisas que resultaran creíbles a ojos de cualquiera.

—No se atreverá a hacerme nada —repuse—. Sabe con quién está metiéndose.

Ella jugueteó con sus manos durante unos momentos antes de asentir. Ambos entramos en la tienda. Allí se encontraban Karud, Karad y Karid, que también estaban al mando. Iban justo después del propio Karud en la escala de autoridad, o eso me había dicho Zelda. Esperaba no haberla entendido mal.

Había dos goron también. Ellos eran fuertes. Debían haberse ofrecido a vigilar por si algo ocurría. Mavan se encontraba sentado, dándonos la espalda. Se dio la vuelta al oírnos llegar, y su rostro perdió algo de color. Bien. Que nos temiera.

Zelda saludó a todo el mundo, incluso a Mavan. Luego tomó asiento frente a él, al otro lado de la mesa. Yo permanecí de pie, sin quedarme quieto en un mismo sitio. Habíamos acordado que Zelda hablaría y yo la apoyaría como mejor sabía.

—Da todo el miedo que puedas —fueron sus palabras la noche anterior, mientras planeábamos aquella reunión. Seguía sin estar seguro de lo mucho que podía dar miedo, pero no me preocupaba demasiado.

Zelda les ordenó a todos que se marcharan, incluso a los goron, que dudaron un momento pero acabaron saliendo. Se fueron todos menos Mavan. Él no dijo nada, ni siquiera cuando estuvimos los tres solos por fin.

—Bueno —suspiró Zelda—, ¿han hablado contigo ya?

Él no habló ni hizo un solo gesto a modo de respuesta. Me acerqué más a él con disimulo.

—Te ha hecho una pregunta —le dije—. No te haría daño responder.

Mavan se irguió de golpe. Aún iba armado, aunque sentí cierta satisfacción al verlo temblar ligeramente de miedo. Al instante me obligué a enterrar aquella misma satisfacción. No estaba bien.

—No —respondió él por fin—. No me han dicho nada.

—Estupendo —dijo ella—. Entonces seré yo quien tenga el privilegio de escuchar lo que tengas que decir antes que nadie.

—No sé qué quieres que te cuente.

—Yo tampoco lo sé —murmuró Zelda, reclinándose en su silla—. ¿Y si me contaras por qué demonios decidiste amenazar a tus compañeros con un cuchillo?

—Ningún sheikah es compañero mío.

—Me temo que ahí te equivocas. Mientras ambos pueblos estéis colaborando aquí, sois compañeros. No acepto discusión. Así son las cosas. Pero no nos desviemos del tema. ¿Por qué lo hiciste?

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora