Capítulo 52

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ZELDA

Había dejado de llover unos días atrás. Ahora el sol brillaba con fuerza, y me había visto obligada a llevar el vestido más fino que tenía.

Aún quedaba algo de barro, ya casi seco. Tuve cuidado de no pisarlo, pese a todo. Odiaba ensuciarme las botas y dejar manchas por todas partes. La hierba estaba más verde que de costumbre, y me pregunté si las Princesas de la Calma en las afueras del campamento tendrían mejor aspecto. Llevaba mucho tiempo sin visitarlas. Tal vez habrían florecido más.

Esquivé otro charco de barro mientras avanzaba hacia la aldea. Cargaba con varios montones de madera. El último carro procedente del Poblado Orni había traído más madera. Y no tenía mal aspecto, para mi sorpresa. Había creído que no tendríamos tanta suerte, teniendo en cuenta el comportamiento del patriarca.

—Esto es diferente al desierto —dijo Ralisha, que me ayudaba a llevar madera. Era de las gerudo más jóvenes en el campamento—. No he visto nunca tantos árboles juntos.

La miré con una sonrisa. Hablaba con un fuerte acento gerudo. Supuse que no había practicado demasiado el hyliano, aunque todas lo conocían. El comercio en el desierto dependía en gran parte de los hylianos.

—Es imposible que en el desierto crezcan tantos árboles —repuse—. Espero que tanto tú como las demás os estéis adaptando bien.

—No te lo imaginas —dijo ella con una carcajada—. Nadie quiere volver a Gerudo. Y hay shiok por todas partes.

Habían estado muy entusiasmadas últimamente. En los días que había llovido y no se pudo trabajar, ellas se habían interesado por los hombres del campamento. Se habían acercado a ellos como si fueran animales exóticos, aunque a ellos no les había importado mucho, o al menos yo tenía esa sensación. Habían celebrado juntos varias noches seguidas, hasta que Karud decidió poner orden y las lluvias terminaron.

Un hombre de Onaona sonrió a la mujer cuando pasamos junto a él. Aparté la mirada al instante y seguí avanzando, pero alcancé a oír sus susurros ahogados. Lo que decían era casi inteligible, así que me adelanté unos pasos.

Le tendí la madera a Karad, que estaba al frente de la construcción en la zona este de la aldea. Luego volví en mis pasos hasta los carros, aún cargados de madera. La mujer gerudo que me había acompañado no estaba por ninguna parte, de modo que contuve un suspiro mientras sujetaba la madera con firmeza entre los brazos. Karud me encontró mientras hacía el camino de vuelta a la aldea.

—Esto está terriblemente vacío, ¿no crees? —me dijo. Me ayudó con la madera y yo se lo agradecí en silencio.

—No es para tanto. Solo son una docena. Ni siquiera es la mitad del campamento.

Era cierto que había menos tiendas, aunque tampoco era una ausencia notable. Karid había partido con un grupo de voluntarios hacia los Picos Gemelos unos días atrás. Iban a reconstruir uno de los puentes maltrechos de la región de Necluda. La mayoría de los que habían querido irse con él eran zora, y supuse que sería lo mejor. Menos problemas para nosotros.

—Hablas como Link —murmuró Karud—. Eres tan insensible como él a veces.

Hice una mueca.

—Link no es insensible —repuse—. Y no estoy hablando como él.

—Claro que te pones de su parte —resopló Karud—. No lo ves con los mismos ojos.

Esquivé un charco de barro, aunque Karud no hizo lo mismo. Acabó chapoteando y salpicando gotas en la falda de mi vestido. Le dirigí una mirada furibunda, pero él no pareció inmutarse de haber pisado el barro siquiera, aunque tuviera las botas sucias ya.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora