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Siete años después
El bosque estaba cubierto en sombras. Aún no había anochecido del todo, pero el sol hacía que las siluetas de los árboles parecieran más largas de lo que realmente eran. Al menos sería una noche cálida. El viento no soplaba con demasiada fuerza, y las ramas susurraban a nuestro alrededor.
No había tanta calma como parecía, sin embargo. Ella caminaba a mi lado, y las hojas secas del suelo crujían bajo sus botas nuevas. Se las había comprado hacía unos días porque me había mirado con un gesto suplicante que me había resultado terriblemente familiar, y no había podido resistir. Zelda me había torturado con eso durante una semana entera.
Fuera como fuese, a ella le gustaba el bosque. Había ido a recoger setas con Zelda varias veces, así que ya lo conocía. No era del todo sigilosa, aunque tampoco tenía por qué serlo. Ni siquiera había cumplido los siete años todavía. Contemplaba las copas de los árboles, y estuvo a punto de chocar con un tronco. Se apartó antes de que yo pudiera hacer un movimiento, por suerte, y sentí un diminuto atisbo de orgullo.
—¿Qué fue lo primero que te enseñé?
Ella ponía una cara muy graciosa cuando pensaba. Fruncía el ceño y se mordía el labio, pese a que algunos dientes no le hubieran crecido del todo.
—No me cuerdo.
Clavó la vista en el suelo justo después y soltó un suspiro triste. El corazón se me detuvo al pensar que podría haberla molestado de alguna forma, aunque en el fondo sabía que intentaba fingir para que no me enfadara con ella.
—No pasa nada. A mí también se me olvidan las cosas —dije. Ella me mostró una sonrisa enorme que podría derretir el pico más helado de Hebra. Se adelantó unos pasos, dando saltitos sobre las hojas secas—. Lo primero que te enseñé fue que nunca puedes distraerte.
Se detuvo en seco. Se irguió de golpe, muy seria, y me recordó a Zelda. Abrió la boca, aunque dudó un momento, y supe que estaba buscando las palabras que necesitaba. Solía ocurrirle.
—No estoy distraída.
Asentí para indicarle que lo había dicho bien y sus ojos se iluminaron un poco más.
—¿Recuerdas lo segundo que te enseñé?
—Buscar un fugio —dijo como si fuera lo más obvio del mundo. De nuevo, se pareció a Zelda.
—Refugio —corregí con cuidado. Sabía que la frustraba no hablar tan bien como los demás. Pero había mejorado. Señalé el bosque a nuestro alrededor—. Elige uno.
—¿Yo?
—Tú.
Rio, entusiasmada, y empezó a buscar. Zelda me llamaba debilucho. Decía que tenía el corazón muy blando y que nuestros hijos nunca crecerían si los trataba como si fueran oro precioso y perfecto. Pero no podría remediarlo ni aunque quisiera.
Arwyn se detuvo al cabo de un rato y me miró con la nariz arrugada. Siempre lo hacía cuando se enfadaba. De nuevo, era igualita a Zelda.
—¡No hay nada! —exclamó. Empezaba a perder la paciencia, y eso nunca era bueno.
—Mira bien. Mira lo que hay a tu alrededor.
Había un árbol de tamaño considerable que podría cobijarnos a los dos justo a nuestra derecha, pero no quise decírselo.
No tardó mucho en darse cuenta, por suerte. Señaló el árbol y yo asentí. Mientras lo preparaba todo, ella se abrazó al tronco.
—Me gusta este ábol —suspiró—. Es bonito.
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Cicatrices
FanfictionDespués de cien años, Hyrule ha sido liberado del tormento del Cataclismo y atraviesa tiempos de paz. Ahora que la siniestra sombra que rodeaba el castillo ha desaparecido, los hylianos toman la decisión de convertir las llanuras salvajes en algo pa...