Capítulo 33

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ZELDA

Cuatro días. Habían pasado cuatro días y casi seis horas. Llevaba el tiempo perfectamente contado. Él había dicho que solo estaría fuera cinco días. Y, a menos que algo hubiera salido mal, ya debería estar emprendiendo el camino de vuelta.

«La comunicación entre aldeas es pésima. Las noticias no son trasladadas de forma eficiente de una región a otra. Según mi análisis, esto se debe a la falta de mensajeros. Existen aldeas que ni siquiera poseen un sistema adecuado de mensajería. Deduzco que esta es una de las razones por las que las aldeas de Hyrule están tan aisladas.»

Pero ¿y si algo había salido mal? No conocía Hebra, pero había oído hablar de lo hostil que era. Nadie vivía en Hebra. De hecho, nadie había vivido nunca en Hebra, si la memoria no me fallaba. En caso de que algo ocurriera, no podrían pedir ayuda. ¿Y si una avalancha los sorprendía? Quedarían sepultados bajo la nieve, y nadie encontraría nunca sus cuerpos. Se perderían allí para siempre.

También era posible que una tormenta hubiera interrumpido su viaje. O que, por alguna razón, no hubieran podido seguir avanzando. Tal vez los monstruos eran demasiado fuertes. Pero no me creía que Link se dejara derrotar por un simple monstruo.

Sujeté la pluma con más fuerza. Aquel no era el momento para pensar en cosas sin importancia.

«No tenemos por qué utilizar mensajeros como tal —escribí en el papel—. Tal vez exista la posibilidad de entrenar búhos. Cualquier ave capaz de recorrer largas distancias.»

Me detuve con el ceño fruncido. ¿Qué estaba diciendo? Aquella idea tenía tantos defectos que saldría mal hiciera lo que hiciese. El plan de Link también saldría mal. Lo había estado pensando durante los últimos días —había tenido tiempo de sobra para pensar—, y había llegado a la conclusión de que salir a cazar monstruos peligrosos con solo cinco acompañantes era un verdadero suicidio. Y eso sin contar con el clima extremo de Hebra. No importaba lo buenos que fueran con un arma.

Dejé la pluma en el suelo, frustrada. Al infierno con todo. Link no era un asunto sin importancia. No para mí. Tal vez el muy idiota no se lo mereciera, pero era la innegable verdad.

Lancé el papel que había estado escribiendo a las llamas, que temblaban en la chimenea. Observé como se consumía rápidamente. Aquello no tenía valor alguno.

Cerré el cuaderno de notas y lo guardé de nuevo en su sitio. Escribir lo que se me pasaba por la cabeza siempre me había sido de ayuda. Sin embargo, por alguna razón, había dejado de funcionar justo ahora, cuando más lo necesitaba. Maldije a Link en silencio. Todo aquello era culpa suya. Solo suya. Por ser tan testarudo y por haber dicho la verdad.

Habían pasado cuatro días y seis horas. Una eternidad. Una pesadilla de la que aún estaba esperando despertarme. Cuatro días y seis horas, y ya estaba empezando a perder la cabeza. Apenas había salido de la posada desde su partida. Temía lo que fuera a ver si decidía salir.

Pero la habitación era pequeña. Pequeña y aburrida. Y, por extraño que pareciera, todo me recordaba a él. Y también a las cosas tan horribles que le había dicho.

Al instante me dije que eso no era justo. Link me había dicho cosas dolorosas, quizá incluso peores que las que yo había dicho. Había sugerido que me marchara. Que me fuera y no volviera jamás. Y yo me había limitado a llorar, demostrándole lo herida y vulnerable que eso me había dejado. Al menos la expresión herida y culpable de su rostro cuando había respondido me produjo una pizca de satisfacción. Al principio. Quizá solo por un instante. Luego había caído en la cuenta del daño que debía haberle hecho, y toda la satisfacción desapareció de golpe.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora