Capítulo 7

3K 202 96
                                    

LINK

Cuando llegué abajo, cargando con las dos bolsas de viaje, vi que Zelda ya estaba allí, arrodillada frente a Impa.

—Buenos días —dije alegremente. Ellas dejaron a hablar y me contemplaron con sorpresa. Me detuve en seco. ¿Por qué me miraban así? ¿Me había salido hocico de bokoblin o algo por el estilo?—. ¿Qué? —pregunté después de haberme llevado una mano a la cara para comprobar que todo siguiera en orden.

Impa sonrió.

—Tú nunca das los buenos días.

—Eso es mentira.

—Te aseguro que no lo es, muchacho —repuso, y su sonrisa se hizo más amplia—. Siempre llegas aquí por las mañanas como si hubieras vuelto de la guerra.

Zelda soltó una risita, aunque no dijo nada. Me crucé de brazos.

—No volveré a darte los buenos días, si eso te hace más feliz —le dije a Impa. Luego dejé la bolsa de viaje más pesada en el suelo. Chocó contra la madera con un ruido sordo—. ¿Qué demonios has metido aquí?

—Todo lo necesario para que no os muráis de hambre. No lo abras todavía —añadió cuando fui a curiosear su contenido—. Déjalo para cuando hayáis llegado a Hatelia.

Asentí y me arrodillé junto a Zelda. Ella me sonrió y, de alguna forma inexplicable, consiguió que el frío del amanecer desapareciera. Sentí un leve cosquilleo donde me había besado la noche anterior.

Impa se limitó a mirarnos en silencio durante unos largos instantes. Hasta que, sin previo aviso, se abalanzó sobre nosotros y nos abrazó con tanta fuerza que estuve a punto de quedarme sin aire. Seguía sin comprender cómo una anciana de más de cien años podía tener la fuerza de un goron en ocasiones.

—Tened mucho cuidado ahí fuera —susurró.

Vi que Zelda me miraba de reojo. Me encogí de hombros y abracé a Impa. Zelda hizo lo mismo sin poner ninguna pega.

—No pasará nada, ya lo verás —le aseguré—. No hay tantos monstruos.

—¡Prométeme que no harás nada estúpido, Link! —exclamó Impa, separándose de nosotros con brusquedad.

Fruncí el ceño.

—¿Yo? ¿Por qué siempre soy yo quien hace cosas estúpidas?

—Porque, claramente, yo soy más inteligente que tú —intervino Zelda con una sonrisa de suficiencia.

Le dirigí una mala mirada y abrí la boca para replicar. No obstante, Impa habló antes de que yo pudiera decir nada.

—Al menos prométeme que la mantendrás a salvo —dijo en voz baja.

La sonrisa de Zelda ya no era tan amplia. Aun así, clavé la vista en Impa.

—Con mi vida —murmuré.

La anciana me dio varios golpecitos en el hombro. Sonrió, supuse que para aliviar la tensión.

—Y tú cuida de él también —le dijo a Zelda—. Vigila que no sea demasiado impulsivo y no cometa temeridades. Y sácale de la cabeza todas estas ideas estúpidas que se le ocurren a veces. Es bastante testarudo cuando quiere, pero a ti te hará más caso que a mí.

Zelda empezó a reírse. Puse mala cara otra vez y me encerré en un silencio hosco.

—Haré lo que pueda.

—No quiero que te preocupes por el futuro —prosiguió Impa—. Reconstruye el reino si quieres. Ayuda a prosperar. Olvídate de la sucesión al trono y todo eso durante unas cuantas lunas. Y, cuando estés lista...

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora