Capítulo 27

1.3K 103 66
                                    

LINK

No intenté esconderme mientras me dirigía a la última cabaña de la aldea. Avancé con paso seguro, sin ocultarme entre las sombras. ¿Para qué? Llevaba la máscara. No podrían verme la cara.

Nada se movía en la aldea. Me pregunté dónde estarían todos. ¿Se estarían preparando para su ceremonia al amanecer? Porque si era así, se llevarían una grata sorpresa.

Había alguien junto a la puerta de la cabaña, como si estuviera montando guardia. Maldije para mis adentros, pero seguí andando. Si daba media vuelta y regresaba, empezaría a sospechar. Porque estaba seguro de que ya me había visto. Esperaba que al menos no se tratara de Viasha o de su líder. Zelda había mencionado su nombre varias veces, pero había estado demasiado enfadado para recordarlo.

Cuando me acerqué más, vi que era una mujer. También tenía el rostro cubierto por una máscara, así que no me había equivocado al llevarla. No pareció preocuparse al verme llegar.

—¿Qué haces aquí? —me preguntó con aburrimiento.

Carraspeé. Esperaba sonar convincente.

—Cambio de guardia —murmuré con voz más grave de lo que normalmente me gustaba.

Ella no dijo nada por unos instantes.

—¿Ya? ¿Tan pronto?

Asentí despacio. Escuché una risita.

—Todo tuyo. Ellos sabrán lo que están haciendo.

Hice un vago gesto de despedida y me quedé junto a la puerta. Observé como ella se alejaba y se perdía en la oscuridad. Sabía que no podía verme desde dondequiera que estuviese, pero aun así permanecí muy quieto y esperé. Solo tenía que esperar un poco más, por si acaso. Luego tendría vía libre para entrar; si alguien me había visto andar por la aldea y le había parecido sospechoso, ya se habría aburrido de vigilarme para cuando decidiera entrar. Tenía que darles algo de tiempo para que se convencieran de que no tenía malas intenciones.

Pero al infierno con todo. No había tanta gente en aquella aldea. Y Zelda estaba esperando.

Abrí la puerta y me deslicé hasta el interior con disimulo. Luego cerré sin hacer mucho ruido.

Estaba oscuro. Pero no podía encender velas; la luz sería visible a través de la ventana. Así que tanteé en la oscuridad, con cuidado de no romper nada. Revisé una esquina cercana al armario. Allí no había nada. Abrí el armario también, pero únicamente vi frascos de malicia. Estaba harto de ver aquella basura por todas partes.

Busqué en la siguiente esquina, y mis pies chocaron contra algo. Acerqué una mano y me topé con un bulto. Cuando estuvo bajo la tenue luz de la luna que se colaba por la ventana, vi que se trataba de mi bolsa de viaje. La espada estaba allí también, para mi sorpresa. La habían metido a la fuerza, pero estaba allí. Justo allí.

Rocé la empuñadura, y la voz me recibió al instante. Debía haberme echado de menos. Me había sentido indefenso sin ella, sin su presencia silenciosa en el fondo de mi cabeza. Estaba demasiado acostumbrado a portar el peso.

Rebusqué en la bolsa de viaje. Todo estaba casi como lo había dejado. Un poco revuelto, por supuesto. Debían haber registrado el interior. Incluso habían espachurrado dos manzanas que había guardado para la cena, unos días atrás.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora