Capítulo 35

1.5K 93 21
                                    

ZELDA

—¿Link no te ha contado lo que hizo en esas montañas? —me preguntó Teba, sonriendo—. Tiene que habértelo contado.

Miré a Link, que se encontraba a mi lado, sobre una de las plataformas que llevaban hasta Tabanta. Aquella era una de las partes más altas del Poblado Orni, así que nadie pasaba por allí. Solo unos pocos lo habían hecho, y ni siquiera se habían detenido a mirarnos. Eso era una ventaja. Aunque allí parecía hacer más frío que en el resto del poblado.

Link no parecía muy contento. A él no le gustaba hablar de cosas como aquella. Se le notaba en la cara.

—No me ha querido contar nada —dije con una risita—. Y eso que he insistido. Tendréis que contármelo vosotros.

Teba miró al otro orni de plumas oscuras, Harth, que también había viajado con Link, y ambos rieron.

—No es para tanto —masculló Link—. Tú también hiciste cosas que...

—No cambies de tema, jovencito. Además, lo único que la mayoría pudimos hacer fue revolotear alrededor de esos bichos e intentar acertarles. El resto fue cosa tuya.

—Eso no es verdad —gruñó.

—Oh, niña, ¿cómo lo soportas? —rio Teba, mirándome de nuevo. Había resultado ser un conocido y renombrado guerrero entre los orni. Había ayudado a Link con la Bestia Divina, y se dedicaba a entrenar a los niños orni en el vuelo y en el arte del tiro con arco.

—Estábamos peleando contra al menos cuatro centaleones en medio de una ventisca —dijo Teba—. La nieve era alta. Al muchacho le llegaba casi por las rodillas. ¡Por las rodillas! Imagínatelo. Si para nosotros ya es difícil avanzar así, no quiero ni pensar cómo será para los hylianos.

—No había tanta nieve —murmuró Link, aunque solo yo di señales de haberlo oído.

—Fue el único momento en todo el viaje en que tuve miedo de verdad. ¿Quién no lo tendría? Pero entonces él saltó. Saltó, niña. Nunca he visto a nadie saltar así. Se elevó por encima de la nieve. Y luego peleó contra dos centaleones al mismo tiempo. ¡Dos centaleones!

—Llámame loco, pero yo sigo creyendo que brillaba —añadió Harth, examinando a Link con atención. Él se removió a mi lado, incómodo.

—Brillaba de verdad —asintió Teba—. Lo vi con mis propios ojos. Brillaba con esa espada suya. No era más que un borrón brillante que iba de un lado a otro. Y, de pronto, lo único que quedaba eran los cuerpos de los centaleones. ¿No te parece increíble?

—Yo nunca lo habría creído —dijo Harth—. No de un hyliano tan pequeño y flacucho. No te ofendas, muchacho.

Él no dijo nada. Supe que ya estaba ofendido. Tenía el ceño peligrosamente fruncido, y estaba rígido.

—Fue como si las mismísimas Diosas hubieran bajado de los cielos para bendecirlo —prosiguió Teba—. Y luego hizo lo mismo con todos los otros monstruos. Cuando terminamos, se marchó a su hoguera como si nada hubiera pasado.

—Debo decir que después de eso, se ha ganado mis respetos —dijo Harth. Inclinó la cabeza en dirección a Link—. Lo he juzgado mal, igual que el resto. Mis disculpas.

—Eso servirá para una buena canción —dijo Nyel. Tocó varias notas al azar en su extraño instrumento. Recordaba haber leído algo sobre él en cierta ocasión.

Le asesté un codazo a Link.

—Te lo dije. Se van a cantar canciones sobre ti. Más de las que ya hay, incluso.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora