Capítulo 10

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LINK

«Querido Link:

Han pasado dos años desde que te fuiste. Sé que prometí escribirte antes. No he podido hacerlo. No me culpes. Papá también prometió ir a rezar a la estatua de la Diosa Hylia, y todavía no lo ha hecho.

Ojalá estés bien. Te prometo que pronto iré a la tienda para comprar un mapa. Buscaré esa meseta de la que hablaban los sheikah e iré a visitarte. Si tú no puedes venir, tendré que ir yo.

Papá está muy callado. Más que tú, incluso. Se ha dejado barba otra vez. Estoy todo el día diciéndole que se le quite de una vez, pero no me hace caso. Ya ni siquiera habla de ti. No te lo tomes a mal. Ya sabes cómo es papá. No ha dicho tu nombre desde que los sheikah nos visitaron hace un año con esa carta.

A veces le cuento a papá lo que hago en el jardín. Sé que él escucha, pero no tan bien como tú. Siempre sacabas tiempo cuando venías. Papá siempre está ahí. Pero es raro. Parece que no está. Creo que lo vi llorar hace dos días. No estoy muy segura, porque tú siempre dices que papá no llora, y ya era de noche y habíamos apagado las velas.

Yo ya no lloro tanto. Solo a veces, por las noches. Tú no habrías querido que llorara por ti. Eres así de idiota. Me gustaría decírselo a papá para que él tampoco llore, pero todavía no podemos hablar de ti en casa, así que tendrá que esperar.

Te echo de menos. Papá también. A lo mejor quiere acompañarme cuando vaya a visitarte. Seguro que quieres hablar con él.

Volveremos a vernos muy pronto, te lo prometo.»

—¿Link?

Alcé la vista, y ella bostezó.

—Ya es tarde. Ven a dormir.

Asentí y guardé las cartas en el libro de mamá. Luego dejé el grueso tomo lo más lejos posible, donde no pudiera verlo.

Me acurruqué junto a Zelda, y ella me abrazó. Llevábamos compartiendo la cama de nuevo desde hacía unos pocos días. Había tenido que insistir mucho, pero al final lo había conseguido. Odiaba verla en el suelo.

—¿Mejor? —murmuró.

Yo asentí en silencio, y ella suspiró.

—Si quieres... hablar o contarme cosas, ya sabes.

Sabía lo que ella había hecho durante aquellos últimos días. Sabía que estaba roto, y Zelda se había dedicado a recoger los pedazos y a volver a juntarlos poco a poco. También sabía que había estado cuidando de mí. Todavía lo hacía. Pese a todo lo que yo le había dicho.

Al cabo de un rato, me atreví a abrir los ojos de nuevo y descubrí que ella ya se había dormido. Le di las gracias en silencio. También le dije lo mucho que la quería.

Me prometí que algún día se lo diría a la cara. Algún día.

Al día siguiente, me despertó con una violenta sacudida. Intenté ocultarme bajo las mantas, pero Zelda las apartó de un tirón.

—No, Linky —canturreó—. Hoy no vas a pasarte la mitad del día aquí enterrado.

Recuperé las mantas, pero ella me las arrebató de nuevo.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora