Capítulo 18

2.1K 141 80
                                    

ZELDA

Al parecer, Rotver había estado muy ocupado durante aquellos últimos cien años.

Su laboratorio estaba mucho mejor ordenado que el de Prunia. Aunque lo cierto era que cualquiera podría ser más ordenado que Prunia. Me mostró algunos de sus experimentos, y lo que vi me sorprendió. Se había dedicado a investigar formas de construir armas eficaces contra los guardianes y la tecnología ancestral corrompida por el Cataclismo. Había tenido que ir más rápido de lo que le hubiera gustado porque no sabía cuándo despertaría Link, pero al final la investigación había dado sus frutos.

Me mostró las flechas ancestrales. Aquello ni siquiera había existido cien años atrás. Recordaba haber visto a Link usarlas cuando se adentró en el castillo.

—Es impresionante —le dije mientras sopesaba una de las flechas entre las manos.

—Lo sé —replicó él, sonriendo con orgullo—. No olvidéis que las hice yo, princesa.

Princesa. Había pasado mucho tiempo desde la última vez en que un amigo me había llamado así. Pero, sorprendentemente, descubrí que no me molestaba tanto como antes.

—Es una pena que todos mis esfuerzos fueran por la causa de ese muchacho. —Señaló a Link, que estaba toqueteando engranajes de guardianes al otro lado del laboratorio—. Ese mocoso...

—Déjalo en paz —reí—. No has hecho más que meterte con él desde que llegamos.

Rotver suspiró.

—No dudo que sea bueno con una espada en la mano. Pero no es muy listo.

Sonreí.

—Es más listo de lo que crees. A veces se hace el tonto.

Como ahora, que fingía que no nos escuchaba. A cualquiera le resultaría convincente, pero no a mí. Lo notaba por la forma en que se acercaba a nosotros con disimulo. Y, además, prestaba demasiada atención a mecanismos que él ni siquiera entendía y escogía al azar.

Rotver suspiró.

—Debió de ser impresionante verlo en plena acción contra ese monstruo —dijo Zheline—. He oído maravillas sobre él.

Le di la razón. Lo había visto pelear muchas veces. La última había sido justo el día en que el Cataclismo resurgió. E incluso entonces había resistido hasta el final, y pese a estar malherido y sangrando por una docena de heridas, sus movimientos habían seguido siendo perfectos y coordinados. Solo empezaron a volverse erráticos cerca del final de verdad.

Pero el día en que acabamos con el Cataclismo, hacía solo unas pocas lunas, había sido algo distinto. Link había cambiado, y lo supe por la forma en que se movía. No estudiaba cada movimiento, frío y calculador, sino que se guiaba por su instinto. Cada vez que movía la espada era como si estuviera en uno de esos bailes del castillo, a los que acudían los nobles invitados por mi padre y que nunca querían bailar conmigo. No entendía cómo Link no sabía bailar. El arte de la espada no podía ser muy distinto. Y, aquel día, se había movido con una destreza casi sobrenatural. Pero lo mejor había sido ver como su eterno valor nunca vacilaba ni se apagaba. Aquello me había dado esperanza.

—Link, cielo, siéntate —le dijo Zheline—. ¿Cuándo habéis comido por última vez? Estáis muy flacuchos los dos.

Link nunca negaría una buena cena, así que supuse que no me quedaba más remedio que sentarme. Era lo que menos me apetecía. Los experimentos y artefactos adornando las paredes del laboratorio me llamaban más la atención. Pero sabía que Rotver y Zheline querían hacer las preguntas que todo el mundo me hacía.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora