Capítulo 15

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Decidí llevarle el desayuno al día siguiente. Me moví por la ciudad con sigilo. Todavía era muy temprano, por lo que apenas me crucé con nadie. Regresé a la posada con comida. Sabía que lo necesitaría después de todo lo que había sucedido. La noche anterior había estado tan agotada que se había dormido nada más llegar al interior de la habitación que ella misma había elegido. De modo que no habíamos tenido oportunidad de hablar sobre lo ocurrido.

Zelda estaba despierta cuando crucé el umbral de la puerta. Ni siquiera había amanecido del todo y ya estaba garabateando cosas en su cuaderno.

—¿Dónde estabas? —me preguntó al verme llegar—. Llevas un rato fuera.

—Lo siento. —Dejé la comida sobre la mesita—. Tengo hambre.

Puso los ojos en blanco.

—¿Por qué no me dijiste nada? Pensaba que habías decidido desaparecer durante la noche.

—No quería molestarte. —Ella se acercó y echó un vistazo a lo que había traído.

—¿Qué es todo esto?

—Una sorpresa. Tenía hambre. ¿Está mal?

—Claro que no. No seas tonto.

Se acercó y me dio un beso. Se separó muy rápido, quizá demasiado. Sabía que lo que quería era no arriesgarse a que nos vieran. Aunque solo a ella parecía importarle; a mí me importaba muy poco.

Estaba seguro de que, cuando visitásemos a los orni o a los goron, ni siquiera haría falta esconderse. A ellos les daría igual lo que Zelda y yo hiciéramos en nuestro tiempo libre. Y además, tampoco sería conveniente arriesgar la reputación de Zelda justo cuando las cosas empezaban a mejorar para ella por fin. Provocar un escándalo era lo último que deseaba.

—Estuviste muy bien anoche —le dije mientras comíamos, porque ella había insistido en compartir su desayuno conmigo.

—Ya —suspiró—. Podría haber estado mejor. Supongo que tendré que esforzarme.

—No se te da nada mal. Para ser la primera vez que haces algo así, claro.

—Ni siquiera hice nada.

—Convenciste a un rey para que se uniera a tu causa.

—El rey Sidon es muy fácil de convencer —repuso ella.

Suspiré, porque tenía razón en eso.

—Bueno —murmuré—, al menos has conseguido que se deshaga de esos vejestorios.

Su sonrisa se hizo más amplia, aunque no dijo nada. Estuvimos en silencio un rato.

—Lo de pedir voluntarios para reconstruir... —dije—. ¿Karud lo sabe?

Desvió la mirada y asintió despacio. Aquello me sorprendió. No la había visto hablar con Karud.

—¿Cuándo has hablado con él?

—Cuando nos marchamos de Hatelia. Justo esa mañana.

Recordaba haberme quedado solo en casa mientras terminaba de guardarlo todo. Y luego ella me había dicho que estaba en el establo.

—¿Por qué me lo has ocultado? —le pregunté, aunque ni siquiera estaba molesto.

Ella se encogió de hombros.

—No lo sé. Entonces no me parecía algo importante. Y sé que no te gusta ese hombre.

Se me escapó una carcajada.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora