Capítulo 50

1.4K 84 35
                                    

ZELDA

—Hace tiempo que no hablábamos. No sé si me habrás echado en falta, aunque seguro que te habrás preguntado dónde estaba después de tantos años hablándote sin parar. Lo cierto es que te odio, ¿lo sabías? Te odio un poco. Es un alivio admitirlo por fin. Aun así, espero que me escuches esta vez.

»Esta vez, te pido que me des fuerzas para lo que está por venir. Tengo que sacarlas de algún sitio. Y, por favor, protégenos. Creo que ya hemos sufrido bastante. Es todo lo que...

Escuché pasos acercándose a mi espalda y me detuve de golpe. Por un instante tuve miedo, aunque luego me recordé que no existía ningún motivo para estar asustada. Estar furiosa era mil veces mejor. Ya ni siquiera me quedaban lágrimas por derramar.

—¿Zelda? —dijo una voz—. ¿Princesa?

Me giré y vi a Shak. Estaba pálido incluso para ser un sheikah, y me observaba con temor, como si fuera algo sobrenatural. Nada de eso me afectó, sin embargo. Me imaginaba el mal aspecto que debía tener. Y el poder era como una tormenta que soplaba y tronaba con fuerza. No podía apaciguarlo y apenas era capaz de mantenerlo bajo control. Si desataba la luz provocaría una catástrofe y lo último que quería era hacer daño a inocentes.

—No soy una princesa —le dije. Habría sonreído, pero por primera vez en muchos, muchos años, ni siquiera encontré fuerzas para fingir una sonrisa.

—Lo sé —murmuró él—. Yo... Me preguntaba si...

—¿Es la hora?

Shak pareció aliviado. Asintió con la cabeza y yo me di la vuelta de nuevo. La sacerdotisa tenía una pequeña estatua de la Diosa Hylia, apenas del tamaño de mi mano. La había dejado en una tienda vacía y muchos acudían allí para rezar. Era lo más parecido que teníamos a un templo; en la aldea no habíamos construido una efigie de la diosa todavía.

Le dirigí una última mirada a la estatua antes de ponerme en pie. Me acerqué a Shak, pero el retrocedió unos cuantos pasos.

—¿Qué ocurre? —le pregunté.

—Estáis... Brilláis, princesa.

Miré mis manos y descubrí que brillaban. Con fuerza, además. Maldije para mis adentros, aunque hacer eso frente a la diosa podría considerarse blasfemia. No obstante, acababa de decirle que la odiaba, y no había una blasfemia peor que aquella.

Intenté controlar el poder y empujarlo al rincón en el que siempre estaba. No lo necesitaba por el momento. No quería ni imaginar el revuelo que causaría verme brillar en el campamento. Probablemente nadie volvería a mirarme de la misma forma. Todos se dirigirían a mí como Shak ahora; aterrorizados por que fuera a hacerles daño o por que fuera un ser superior. Y me gustaba demasiado el afecto sincero del grupo. No quería que eso cambiara.

Por primera vez en varios meses, tuve que forcejear con el poder. Sin embargo, obedeció. Siempre obedecía.

—¿Sigo brillando? —le pregunté a Shak para asegurarme. Había mirado mis manos y me habían parecido manos normales.

Él me observaba boquiabierto. Carraspeé para llamar su atención y pareció recobrar la compostura.

—No, princesa —respondió, sacudiendo la cabeza—. Estáis... Parecéis normal, princesa.

—Zelda.

—Zelda —asintió Shak.

Examiné mis manos una última vez antes de salir de la tienda. Me sorprendió ver que ya era casi mediodía. Había regresado al campamento después de la medianoche y luego había estado yendo de un lado a otro hasta que llegó la mañana. Debía haber pasado varias horas frente a la estatua de la Diosa Hylia. Había perdido la noción del tiempo.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora