LINK
Todavía recordaba la primera vez que me había enfrentado a un centaleón.
Había sido en Akkala, mientras intentábamos contener una horda de monstruos que provenía del Centro de Hyrule. Tenía solo quince años por aquel entonces, y apenas podía sostener la Espada Maestra. Era demasiado pesada y consumía demasiada energía. Tampoco tenía mucha experiencia con los centaleones, y sabíamos que el líder de aquel grupo de monstruos era un centaleón particularmente fuerte.
Yo me tropecé con él, por supuesto. Mis órdenes no habían sido matar al centaleón; había soldados con mucha más experiencia que yo en ese terreno. Pero lo vi en medio de un bosque, lejos de la batalla. Había tenido la opción de huir. El monstruo no me había visto a mí. Sin embargo, con solo pensar en dejarlo allí, campando a sus anchas, algo se me revolvía en el estómago. Así que había decidido mandarlo todo al infierno y enfrentarme a él de una vez por todas. Solo, sin ayuda. No había sabido qué esperar ni cómo demonios iba a acabar con el centaleón, pero lo hice de todas formas, pese al agarre torpe que aún tenía en la Espada Maestra. Solo tuve unos pocos rasguños después, y aquella fue la segunda vez que tuve que lidiar con una nariz rota.
Sentí algo similar cuando le pedí a Zelda que se casara conmigo. Por supuesto, ella estaba muy, muy lejos de parecerse a un centaleón y no iba a matarme pero, cuando vi sus ojos llenos de lágrimas, me pregunté si me habría precipitado. Si iba a hacerme daño por haberme adelantado demasiado.
—¿Zelda? —le dije. Ella no dijo nada. Se limitó a mirarme con los ojos humedecidos—. ¿He... hecho algo mal? Así no funciona, ¿verdad? —Se le escapó un sonido estrangulado. Contuve una mueca. Sabía que era torpe pero ¿tan mal lo había hecho?—. Oh, Zelda. Lo siento. Si no quieres...
—Cerebro de moblin —dijo.
—¿Qué...?
Ella ahogó mis palabras con un beso que me pilló desprevenido. Llevaba casi una semana sin sentirla tan cerca. Mientras navegaba entre el dolor, varios días atrás, había llegado a pensar más de una vez que no volvería a probar el sabor de sus labios jamás. Me di cuenta de que ahora sabía a pastel de manzana. Habría sido una verdadera pena perderme eso.
Tiré de ella para tenerla más cerca, pero entonces sentí un dolor agudo en las heridas y se me escapó un quejido. Zelda maldijo, se apartó unos dedos y volvió a besarme, esa vez con más cuidado.
—Aún no me has respondido —murmuré cuando ella se separó.
—No seas tonto.
—¿Eso es un sí?
—Claro que es un sí. ¿Qué otra cosa iba a decirte?
Enterró el rostro en mi hombro. Me pareció que estaba temblando o que tal vez estaba diciendo algo, pero apenas podía oírla. Me sentía como si me hubieran dado ese veneno para dormir otra vez. Los pensamientos se volvían más lentos, menos coherentes, como si uno estuviera ahogándose poco a poco. Miré a Zelda y debía tener cara de idiota porque ella sonrió entre lágrimas.
—¿Link?
—¿Qué?
—Respira —me recordó. Luego me dio unos golpecitos en el pecho.
—Estoy respirando —repliqué, aunque justo después inspiré hondo—. ¿Por qué lloras?
Zelda sorbió por la nariz y se secó una lágrima. Cuando volvió a mirarme, tenía las mejillas encendidas.
—Soy muy sensible en el fondo, por si no te habías dado cuenta. Y no son lágrimas de tristeza. Son... son de felicidad. Porque soy feliz, Link. —Se detuvo, como si la hubiera sorprendido decirlo en voz alta. Sin embargo, un momento después me mostró una sonrisa radiante y se hundió en mi hombro otra vez—. Soy muy feliz, ¿lo sabías?
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Cicatrices
FanfictionDespués de cien años, Hyrule ha sido liberado del tormento del Cataclismo y atraviesa tiempos de paz. Ahora que la siniestra sombra que rodeaba el castillo ha desaparecido, los hylianos toman la decisión de convertir las llanuras salvajes en algo pa...