LINK
El sol aún estaba saliendo, pero recorrí el camino embarrado hasta los establos con paso rápido. Había oído como la lluvia caía la noche anterior. Esperaba que no lloviera durante el día. Sin embargo, el cielo estaba gris, y el aire todavía olía a lluvia. Tendríamos suerte si llegábamos a casa del todo secos.
Saludé a Viento con una manzana y luego hice lo mismo con Calabaza. Me alegraba de verla sana y salva. Había llegado a pensar que se había perdido para siempre allí, en Onaona, cerca de las playas de Necluda. O que esos bastardos habían decidido sacrificarla en algún ritual macabro. Pero la habían traído de vuelta sin ningún rasguño, y eso era único que importaba.
Ensillé a los caballos. Estaban deseando salir. Viento llevaba deseándolo semanas, y Calabaza también, aunque ella llevaba menos tiempo en los establos. Y, pese a que había sucedido un poco más pronto de lo que me hubiera gustado, aquel era el día en que saldríamos de allí.
Zelda había pasado casi una luna entera en Kakariko, curándose. Cuando la cojera y el dolor empezaron a disminuir, ella insistió en que era hora de marcharnos, pero yo quise esperar un poco más. Transcurrió una interminable semana, y entonces la paciencia de Zelda se agotó. Ninguna de mis objeciones sirvió para convencerla de que esperara otra semana. Pero el curandero opinaba que ella volvía a estar fuerte y que podría cabalgar, andar y correr por su propio pie. Así que dejé de discutir, porque yo también estaba deseoso de marcharme de Kakariko.
Últimamente estar en la aldea era insoportable. Algunos de los guardias que Impa tenía apostados junto a su casa formaban parte del grupo de exploradores de Onaona. Siempre que entraba se me quedaban mirando. Sus ojos nunca se apartaban. No sabía qué estaban buscando, pero era muy difícil ignorarlos. Si prestaba atención, podía oír sus susurros lejanos. Pero nunca prestaba atención, porque sabía que no me haría ningún bien oírlos.
Viento enterró el hocico en la bolsa de viaje, y yo me aparté con el ceño fruncido.
—Ya has comido —le recordé—. No puedes tener tanta hambre. Zelda no ha dejado de darte de comer.
Si se acababan las manzanas y las zanahorias en Kakariko, sería por culpa de Zelda. Había estado dándoles a los caballos cantidades desorbitadas de manzanas.
—Si te doy más, no podrás dar ni un solo paso.
Viento me miró de forma casi acusatoria. Casi. Pero no emitió ningún sonido. Calabaza tampoco intentó robar más manzanas.
Acabé de ensillarlos y luego recorrí el camino de vuelta a la casa de Impa. Ella se encontraba sobre sus cojines, rodeada de una luz tan tenue que ni siquiera logré distinguirla cuando entré.
—Link —dijo de pronto, y estuve a punto de dejar caer las alforjas al suelo del susto—. Vamos, no soy tan horrible.
Me acerqué a ella e hice una mueca.
—No te había visto. No es que seas horrible.
Impa sonrió.
—Quería hablar contigo antes de que os fuerais.
—¿Qué he hecho? —pregunté mientras soltaba las alforjas y me sentaba en un cojín, frente a Impa.
—Nada. Nada malo.
Ella se detuvo, como a la espera de una respuesta, pero no dije nada. Aguardé a que ella continuara.
—Ten cuidado ahí fuera, ¿sí? Sobre todo ahora, con esos asesinos sueltos.
Asentí en silencio. Después de todo lo que había sucedido, me parecía ver movimientos en todos los rincones. Examiné las sombras que temblaban bajo la luz de las velas en casa de Impa. Al menos la Espada Maestra era un peso familiar. Me susurró algo que no pude comprender, pero que transmitía calma, y no hacía falta saber hyliano antiguo —o la lengua que hablaba el espíritu, fuera cual fuese— para comprender eso. Estábamos a salvo por ahora. No había nada de lo que preocuparse.
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Cicatrices
Hayran KurguDespués de cien años, Hyrule ha sido liberado del tormento del Cataclismo y atraviesa tiempos de paz. Ahora que la siniestra sombra que rodeaba el castillo ha desaparecido, los hylianos toman la decisión de convertir las llanuras salvajes en algo pa...