Capítulo 44

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ZELDA

—Esta parte está casi terminada —dijo Karud, mostrándome un lado del puente. Parecía firme, no como antes. Ya no tenía la sensación de que fuera a derrumbarse en cualquier momento—. Aún queda mucho trabajo por hacer. No te emociones demasiado, jovencita.

Había estado ocupada inspeccionando los arreglos que los constructores de Karud habían hecho, pero aquello hizo que alzara la vista de nuevo.

—¿Acaso me ves dando saltos de alegría?

Él rio de forma ruidosa. Siempre se reía lo más alto posible, como si quisiera que todos lo escucharan.

—A veces olvido que no eres más que una niña cuando te veo. ¿Cuántos años dices que tienes? ¿Dieciséis?

—Dieciocho —murmuré.

—Sigues siendo una dulce flor que acaba de abrir sus pétalos. En mi compañía hay unos pocos muchachos de tu edad. Son bastante agraciados. Tal vez alguno te guste.

Seguí la dirección en que señalaba. En la otra orilla del río, había un grupo de hylianos jóvenes, tal y como Karud había dicho. Parecían fuertes y desde luego eran robustos. Supuse que por algo trabajarían en la construcción. No podrían levantar piedras si no eran fuertes. Me dirigí a Karud con tono gélido.

—Creo que estábamos hablando del puente —le recordé.

—Ah, sí. Si tanto quieres hablar del puente, no me queda más remedio que decírtelo. —Suspiró pesadamente—. En algún momento se nos agotarán los materiales, cielo. Aún nos quedan recursos, pero cuando acabemos con el puente, no podremos seguir avanzando si esos recursos se han agotado. Supongo que puedes entender eso.

Asentí, deseando haber tenido mis notas cerca. Las había dejado en nuestra tienda. Tampoco me ayudarían mucho en esa situación, pero al menos allí tenía los cálculos del tiempo que tardarían los materiales de construcción en agotarse por completo.

—He enviado una carta a cada región —dije—. Algunos nos han prometido materiales. Estoy segura de que en cuanto lleguen...

—Si llegan —musitó Karud, interrumpiéndome.

—En cuanto lleguen —repetí yo—, tendremos más materiales. Estoy segura de que recibiremos ayuda. Solo hay que esperar un poco más.

En realidad, no estaba tan segura. Llevábamos poco tiempo reconstruyendo, pero siempre quedaba la sombra de la duda. Si nadie respondía, mis esfuerzos no habrían servido de nada. Todos los viajes que había hecho y todos los riesgos que había asumido habrían sido en vano. Y entonces todo acabaría por derrumbarse. Dudaba ser capaz de soportar un fracaso como aquel. No después de lo que había ocurrido.

—Confío en ti, jovencita —dijo Karud. Hablaba con una pizca de simpatía, como si supiera lo mucho que dudaba—. Ten esperanza.

Lo observé alejarse en silencio. En el fondo, Karud no me disgustaba. Tal vez fuera un poco extravagante y le gustara demasiado el dinero, pero también era importante ser diferente al resto. Él veía el mundo de otra forma, y eso podría serme útil. Además, el propio Karud había querido reconstruir desde el principio, y ahora estaba allí, confiando en mi buen juicio. En el buen juicio de una niña casi desconocida. No era tan malo, al fin y al cabo.

Crucé el puente con cautela para regresar a la tienda. Me fijé en que los sheikah seguían apartados. Aceptaban las tareas que Karud les encomendaba y las llevaban a cabo sin quejarse, pero había desconfianza entre ellos y los hylianos. Eso no me sorprendía en absoluto. Incluso hacía cien años aquella hostilidad había estado presente. Supuse que había cosas que nunca cambiaban.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora