Capítulo 14

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ZELDA

Salir de la ciudad había sido un error.

Al principio lo ignoraba. Solo quería alejarme de aquel lugar lo más rápido posible. Y estar sin compañía durante un rato. Eso también lo necesitaba. Así que me había ocultado tras la capucha, antes de que se corriera la voz y todos supieran quién era yo de verdad. Había salido de allí con sigilo. No me había alejado mucho, sin embargo; no era tan ingenua para hacer eso.

Pero había cruzado el puente y, por tanto, ya no estaba bajo la seguridad de la ciudad.

Nada había ido según lo planeado. Tampoco había tenido muchos planes en mente, a decir verdad, pero jamás había llegado a imaginar que me encontraría con tal desprecio al llegar a la ciudad. Y todo se había desmoronado de golpe. Las cosas solo empeorarían a partir de ahí, y eso que apenas llevaba un día en la Región de los Zora.

Si elegía ser reina, no quería ni imaginar los errores que cometería.

Anduve sin rumbo durante un rato, hasta que tropecé con una roca y estuve a punto de darme de bruces contra el suelo. Decidí parar entonces, y tomé asiento sobre la misma roca. Dejé el arco de Link muy cerca, solo por si acaso. Lo había cogido antes de marcharme. Podía ser impulsiva en ocasiones, pero no era tonta.

Pensé en las frías miradas que me habían dirigido aquellos ancianos, y el escalofrío que tuve que reprimir no fue solo provocado por el aire gélido del crepúsculo. El Consejo Zora. Debería habérmelo imaginado. Aquellos vejestorios me resentirían por el resto de sus vidas, sin importar lo poco que les quedara. Link me lo había advertido, pero no me había parado a reflexionar con calma. No había tenido tiempo.

Incluso había creído que el rey Dorphan seguiría vivo. Al menos así quedaría alguien más que recordara el antiguo Hyrule tan bien como yo. Pero, al parecer, no quedábamos muchos. No tendría que haber albergado tantas esperanzas, de todas formas.

En el fondo, sabía que parte de la culpa era mía. Había entrado en la ciudad, creyendo que todos me reconocerían como su nueva reina. Y luego la realidad me había golpeado como una bofetada, y me había dado cuenta de que no muchos me aceptarían. No tenía ningún derecho a irrumpir en el orden establecido. Al menos aquella experiencia me había ayudado a saberlo. Era lo único positivo.

Contemplé mis manos mientras pensaba en lo que habían dicho sobre el poder sagrado. Podría haberme defendido de mil formas diferentes, y aun así había optado por permanecer en silencio, como la cobarde que realmente era. Quizá defenderme hubiera servido de algo. Daba gracias por que el consejero Muzun hubiese intervenido. Si no, todavía seguiría allí. Siendo juzgada por los ancianos del Consejo Zora.

Ojalá pudiera mostrárselo a esos vejestorios. Mostrarles lo que podía hacer con el poder sagrado. Lo bien que había aprendido a dominarlo durante el sello del Cataclismo. Pero sería inútil intentarlo. Haría el ridículo, porque el poder me había abandonado. Ya ni siquiera respondía a mis plegarias. Igual que un siglo atrás.

Contemplé el horizonte anaranjado, y luego busqué el camino por el que había llegado hasta aquel rincón. No había ningún camino, aunque sí pude vislumbrar las torres del palacio, que acariciaban el cielo. No estaba muy lejos. No tardaría más de una hora en regresar, en caso de necesidad. Pero todavía no quería volver; no tenía ganas de enfrentarme a las miradas acusadoras otra vez. Ni a Link. Oh, Link iba a matarme.

Me sorprendía que no hubiera aparecido ya. ¿Me habría seguido? Una parte de mí esperaba que sí, pese a lo que le había espetado tras salir del palacio. Recordé su expresión, y el corazón se me encogió. No debería haber pagado mi mal humor con él. Siempre cometía el mismo error, y no se lo merecía. Cuidaba de mí y se preocupaba. Y, sabiendo lo mucho que se preocupaba últimamente, me mataría si supiera que había salido de la ciudad.

CicatricesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora