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—¡Madre mía, cómo está esto!

Casi ni te ha dado tiempo a ponerles el ganaché de crema de chocolate. Eddie mastica a dos carrillos, cerrando los ojos con deleite y haciendo unas expresiones de placer tan evidentes que te preguntas si pondrá esos mismos gestos en la cama.

Por supuesto, tu cara de póker no traiciona tus pervertidos pensamientos, pero llevas meses en que tus únicos compañeros en las solitarias noches de San Francisco son Mister Conejito Rampante y Lord Satisfyer y la falta de auténtico calor humano se hace sentir.

—Me alegra que te guste.

—No, en serio —insiste; aunque con la boca llena, las palabras le salen más bien como "nu, mmzerio". Se esfuerza en tragar, y añade con voz más clara—. ¿Cómo haces estas maravillas? ¡Cada bocado es orgásmico!

Te mira con cierta culpabilidad al darse cuenta de lo que acaba de decir, pero tú no te inmutas: no es la primera vez que alaban tus cupcakes con calificativos de índole sexual.

—Bueno, ya sabes lo que dicen del chocolate —respondes, y él te mira interrogante—. Que es el mejor sustitutivo del sexo.

—¿De verdad? Eso explica muchas cosas —se ríe, y sigue comiendo.

No sabes bien a qué se refiere con lo de que "explica muchas cosas". ¿Tal vez que disfruta tanto ese chocolate porque está pasando por el mismo periodo de sequía que tú? La idea te hace tragar saliva, pero te las arreglas para disimular.

Le preguntas si quiere llevarse otro cupcake para su casa. Aunque parece darle vergüenza, ni se le pasa por la cabeza decirte que no. Acepta inmediatamente, y ante la ansiedad que percibes en sus ojos, le das dos.

De todas formas, en las primeras hornadas muchos cupcakes suelen salir menos que perfectos: algunos muy tostados, otros medio crudos, en otros el bizcocho no ha subido todo lo que debiera... suele pasar, hasta que encuentras el punto perfecto de temperatura y tiempo en el horno nuevo. Los cupcakes "feos" los tiras, los regalas o incluso los congelas para tu consumo personal, para los días en que no tengas otra cosa para cenar o desayunar.

Pero a él le das dos de los más bonitos y perfectos. Menuda simp estás hecha.

—Gracias —te dice—. Ya sabes, vivo enfrente para lo que necesites. Si necesitas ayuda con un enchufe o tienes problemas con algún grifo...

—¿Eres electricista o fontanero? —preguntas con cierto interés: siempre es conveniente tener a alguien así a mano. Pero él niega con la cabeza.

—Reportero de investigación independiente, pero me las apaño para hacer chapucillas.

—Sí, yo también. —No te queda otra, después de tener que aprender a arreglártelas sola durante la mayor parte del tiempo.

—Entonces llámame cuando necesites sal, o mantequilla...

—Seguramente yo esté más surtida de sal y mantequilla que tú —bromeas. Los pisos de soltero no es que tengan abundancia de los ingredientes que sueles emplear para cocinar.

—Pues cerveza. De eso seguro que tengo más que tú.

—Te creo —ríes—. Y no te preocupes, no volveré a poner la música tan alta.

—Mientras no llegues al nivel de mi antiguo vecino... ese sí que era para matarlo.

De nuevo en el recibidor de tu casa, con la bandejita con el par de cupcakes en una mano, Eddie lleva la otra a tu mejilla como si fuera a acariciártela. Tu corazón se detiene por un segundo, hasta que te das cuenta de que solo te estaba limpiando un pegote de ganaché de chocolate que se te había quedado en la cara.

—Perdón —ríe de nuevo, y se mete el dedo con el chocolate en la boca. Un gesto no muy higiénico, opinas; pero cualquier consideración objetiva en tu cerebro se desvanece ante la visión de él chupándose el dedo. Seguro que no lo hace con ánimo de calentarte, pero aun así lo consigue. Dios, esos labios parecen hechos para ser besados... o mordisqueados.

Carraspeas para disimular y te despides de él agitando la mano con una sonrisa cortés. No estás ansiosa de que se vaya para nada, pero te obligas a cerrar la puerta. "Nada de tíos, t/n, ¿recuerdas?"

Mientras cierras la puerta, le oyes murmurar por lo bajo:

—No, ni hablar. Ya hemos abusado bastante.

Evaluando a tu vecino, ya te has dado cuenta de que, aparte de estar como un tren, no es un finolis, si acaso puede que un poco gorrón. Y chocohólico. Y además, parece que habla solo.

Bueno, hay cosas peores.



Cupcakes de chocolate (Eddie Brock y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora