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—¡Venom, ni se te ocurra! —exclama Eddie, elevando su índice como gesto de advertencia.

«Solo estaba de coña, chaval», replica Venom. «No tienes sentido del humor»

—¿Has llamado a la Policía? —te pregunta Eddie.

Tú sacudes la cabeza con expresión tensa. A decir verdad, deberías haberlo hecho cuando te encontraste con que habían forzado la cerradura de tu casa, pero con los nervios y con el tema del arma se te olvidó.

«Eddie, tu camiseta», le advierte Venom. Ambos la miráis y os dais cuenta de que por qué os está avisando: si los policías la ven manchada de sangre, se empeñarán en que un médico le revise; y en cuanto se percaten de que no está herido os harán mil preguntas que no estáis preparados para contestar.

—En mi dormitorio, ¿te acuerdas de mi sudadera de los Warriors? Creo que la he dejado sobre la cama —dices apresuradamente. Es una ropa que usas para estar por casa, de modo que era una de las últimas cosas que te faltaban por guardar.

«Voy yo, chicos», se ofrece Venom, y ves un largo tentáculo surgir del vientre de Eddie en dirección a tu cuarto. Enseguida regresa con una prenda enrollada en el extremo, pero en cuanto ves lo poco que abulta, te das cuenta de que no es tu sudadera de los Warriors, sino otra de tus camisetas de casa, del mismo color. Ahora recuerdas que Trevor, en su registro de tu habitación buscando dinero, lo dejó todo patas arriba; y Venom ha debido de confundirse.

Bastante mal están las cosas ya, así que arrancas la camiseta del tentáculo y se la arrojas a Eddie:

—¡Vamos, rápido!

Él la desenrolla y se queda mirando el eslogan que adorna la parte frontal: "No soy una princesa, soy una Khaleesi".

—¿Estás de coña? —se impacienta, mirando hacia Venom con reproche, y este se defiende con tono agresivo:

«¿Acaso te crees que tengo ojos en los tentáculos?» 

De nuevo, tu puerta vibra bajo los golpes de la segunda llamada de la Policía:

—¡Último aviso! ¡Abran o echaremos la puerta abajo!

—¡Ya no hay tiempo! —exclamas—. ¡No importa, póntela!

—¡Pero...! —empieza a protestar Eddie, pero se da cuenta de que tienes razón. Con un suspiro/gruñido que mezcla resignación y cabreo, comienza a quitarse la suya para cambiarse.

Durante un glorioso segundo, tienes un atisbo de su increíble torso y los sensuales tatuajes de su pecho, pero enseguida desaparecen bajo tu camiseta cuando se la enfunda con gran esfuerzo. Y decimos con gran esfuerzo porque esta camiseta es bastante más pequeña que la sudadera.

Incluso en esta apurada situación, ver a tu vecino con una camiseta hiperajustada que le marca todo, y en la que declara ser la reina de una tribu de una saga literaria, te saca una sonrisa. Aprietas los labios y reprimes tu risa para no ofenderle, pero Venom no tiene el mismo tacto:

«¡Estás muy mono, Eddie!», se carcajea. «¡Como para un desfile del día del Orgullo!»

—Muy gracioso, me parto contigo... —rezonga él, malhumorado—. ¿Qué tal si nos concentramos en resolver el problema que tenemos encima? —añade, mientras se apresura a esconder su propia camiseta ensangrentada bajo uno de los cojines de tu sofá; y el simbionte se repliega en el interior de su anfitrión.

Entretanto, tú te acercas al recibidor para abrir a la Policía, pero antes de que llegues a la puerta, Eddie te alcanza y te sujeta el brazo para hacerte una advertencia, o es más bien una súplica:

—Por favor, no puedes hablarles de Venom, ni decirles lo que ha ocurrido esta noche.

—¿Por qué? ¿Porque si no, tu roomie me devorará? —contestas desdeñosa. Obviamente no pensabas decir nada, te tomarían por loca al igual que tú tomaste por loco a Eddie, pero te molesta sentirte presionada o amenazada.

—A ti, probablemente no. Pero ellos... —hace un gesto con la barbilla, señalando a la puerta y refiriéndose a los agentes que esperan tras ella—, puede que no tengan esa suerte.

Tragas saliva. Sí, es una buena razón.

Cupcakes de chocolate (Eddie Brock y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora