Tener como vecino a un tío buenorro tiene sus ventajas y sus inconvenientes.
La ventaja es que cada vez que te cruzas con él, te alegra la vista, y casi el día. Y tienes a alguien al lado que inspire tus fantasías en tus citas con Mister Conejito Rampante, en lugar de las típicas celebrities y actores de la tele que ya están un poco vistos.
El inconveniente es, de acuerdo con la ley de Murphy, que el día que estés más cansada y vayas a tirar la basura en bata y zapatillas y hecha un completo desastre, fijo que te lo encuentras en las escaleras. Es matemático.
Pero lo que no cambia es esa extraña relación que iniciasteis el primer día a través de tus cupcakes. De hecho, se consolida.
Cada vez que horneas una nueva tanda, lo primero que haces es apartar algunos de los más bonitos y apetitosos y reservarlos en una bandeja tapada, para cuando Eddie venga a recogerlos.
Casi siempre se acerca él, atraído por el dulce aroma del chocolate como las abejitas a la miel; pero si pasan unos minutos y no se presenta, sabes que es porque se está esforzando por controlarse y no resultarte demasiado gorrón, no porque no quiera los cupcakes. De modo que vas a llevárselos tú.
Y siempre se deshace en agradecimientos:
—Gracias, muchas gracias. Sé que estoy abusando y me da bastante vergüenza.
—No pasa nada. Hago muchos, puedo permitirme prescindir de algunos.
—Te parecerá exagerado, pero créeme cuando te digo que podrías estar salvando vidas con esto.
Sí que te parece exagerado, pero debe de ser su forma de expresar lo mucho que los aprecia.
—De verdad, olvídalo. Lo hago con gusto.
Y lo dices en serio. Al ver la cara de felicidad... no, de alivio, que se le pone cuando le das los cupcakes, te sientes realizada. Hacer felices a los demás con tus dulces es el sueño de cualquier repostero.
Aunque a veces te sientes más como un dealer, suministrando a un adicto su dosis de droga.
También has conocido a yonkis, de modo que sabes lo que es. Y Eddie es un completo adicto al chocolate. Mejor al chocolate que a otras sustancias, piensas, aunque acabe costándote dinero por todos los cupcakes que le regalas.
Él parece ser consciente, porque pronto se ofrece a pagártelos, pero tú, vete a saber por qué, te niegas a aceptar su dinero. Te da reparo empezar a cobrarle por algo que antes le dabas gratis.
—Entonces déjame que te lo compense de otra forma —dice un día—. ¿Puedo invitarte a cenar?
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Cupcakes de chocolate (Eddie Brock y tú)
FanfictionFantasía romántica (y picante) con Eddie Brock / lectora, perfumada con el dulce aroma de unos cupcakes de chocolate y ambientada al ritmo de clásicos de los ochenta. Eddie Brock es tu vecinito buenorro del apartamento de enfrente. Te atrae una barb...