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Capítulo +18: descripción de situaciones sexuales explícitas. No lean si esto les incomoda o si son menores de edad.

Giras un poco el rostro hacia él, en una silenciosa súplica de piedad, pero él responde reclamando de nuevo tu boca en un beso aún más profundo que los anteriores, y buscando tu lengua con la suya, mientras continúa tocándote como un virtuoso su fino instrumento, obteniendo de ti música en forma de suspiros y gemidos.

No lo soportas más y te das la vuelta para abrazarle: necesitas volver a sentir su cuerpo entre tus brazos. Eddie responde a tu abrazo, pero vuelve a cargarte contra la pared con más fuerza que antes, casi con violencia, aunque sin llegar a lastimarte en ningún momento. Aún se las arregla para mantener el control, pero presientes que cada vez le cuesta más dominarse. Has oído, aparte de su respiración agitada y ocasionales jadeos, uno o dos gruñidos guturales y casi bestiales escapándose de su boca mientras te besa y por un momento te ha dado miedo, pero sobre todo ha aumentado tu deseo.

Jamás ningún otro hombre te había excitado tantísimo. Y en parte se debe a su atractivo físico, pero intuyes que es mucho más que eso: ya has estado con otros hombres guapos antes y ninguno te había hecho sentir así.

Crees que se trata de su actitud, de su manera de tratarte mientras os estáis enrollando. Es muy especial, contradictoria, casi dual. Una parte de él es tierna y atenta, se toma su tiempo para excitarte y venera cada centímetro de tu cuerpo; pero otra parte parece animada por un espíritu salvaje y violento. Esa parte solo quiere follarte como un animal, y no es que la idea te desagrade, de hecho estás ansiosa por probarlo.

Ya has conocido (y te has acostado con) hombres de cada uno de esos dos tipos antes, pero Eddie es el primero que parece combinar las dos personalidades, y alterna deliciosamente ambas formas de actuar. Te está volviendo loca.

Él sigue besándote e intensificando su presión sobre ti. Tú, que ya estás bien acorralada contra la pared, no tienes sitio para retroceder y tu único recurso para dejarle espacio es abrir un poco las piernas, lo que él aprovecha para colarse entre ellas. Ahora puedes notar mejor y con todo lujo de detalles su ya más que considerable erección. Por un momento crees que va a bajarse los pantalones, arrancarte las bragas y hacértelo allí mismo, de pie contra la pared, pero parece que no es su plan.

Pasa las manos por debajo de tus nalgas y levanta tu trasero; tú, intuyendo sus intenciones, te apresuras a descalzarte y unes las piernas por detrás de su cintura, con lo que te quedas sujeta a él, aferrada a su cuerpo. En esa posición, él te carga y te lleva hasta la salita, donde te deja con suavidad sobre el sofá. Después, se inclina sobre ti y sigue besándote.

Para esas alturas tú ya estás que echas chispas y solo quieres disfrutar del tacto de su piel desnuda como él ha estado disfrutando de la tuya, por lo que le desanudas la pajarita, arrojándola a un lado, y le desabrochas la camisa del esmoquin, con tanta prisa como parsimonia se había tomado él para desabrocharte a ti el vestido. Eddie se ríe un poco ante tu impaciencia, pero te da igual. Le quitas la camisa a tirones, dejando al descubierto sus pectorales y brazos llenos de músculos, cosa que suponías, pero también de tatuajes, algo que no te esperabas. Creías que no podrías descubrir nada más de él que te calentase más de lo que ya estás, pero a veces la vida te sorprende.

Te estiras hacia él para llegar a sus hombros y a su pecho y te deleitas en la suavidad y la calidez de su piel, así como en su aroma, irresistiblemente masculino, a madera y almizcle. Trazas un camino de besos y lametones siguiendo las líneas de sus tatuajes, lo que le arranca un leve gemido que suena a música en tus oídos. Podrías seguir acariciándole y besándole durante horas... aunque deseas mucho más que eso.

Diriges tus manos hacia el cierre de sus pantalones, pero él te detiene:

—No hace falta correr tanto —te susurra, mientras vuelve a inclinarse sobre ti—. Tenemos toda la noche.

Cómo le encanta provocarte al muy cabrón.

Cupcakes de chocolate (Eddie Brock y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora