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Algo avergonzada (aunque no sabes por qué), te apresuras a apartarte de Venom y te giras para encarar a tu vecino.

Eddie tiene mojados el cabello y también la parte superior de su camiseta. Esta se le transparenta un tramo desde el cuello y a lo largo de su pecho debido a la humedad, dejándote una velada pero sugestiva visión de sus tatuajes por esa zona. Os está contemplando con los brazos cruzados y, aunque su rostro refleja más curiosidad y extrañeza por lo que acaba de ver, tienes la sensación de que también está molesto.

—Yo... me estaba refrescando un poco. Estaba acalorado y... —comienza a explicar por qué estaba tardando tanto en el baño, pero enseguida va al meollo de la cuestión—. ¿A alguien le importaría explicarme qué demonios está pasando aquí?

—Bueno... —Sonríes, intentando quitarle hierro al asunto—. Ya sabes que los niños, cuando están hambrientos, o se ponen pesados o se ponen mimosos. Hoy quería mimos. —Te encoges de hombros.

—Ya veo. —No dice nada más, pero le lanza una fría mirada al simbionte. El cual se la pasa por el arco de triunfo: 

«¿Celoso, Eddie?», se burla. «Además, ella no pincha»

—Más que celoso, empiezo a estar cansado de tus juegos —replica secamente, lo que te hace darte cuenta de las auténticas intenciones del simbionte.

—De modo que es más de lo mismo, sigues tratando de utilizarme para molestar a Eddie —le dices a Venom, irritada tú también—. Debería dejarte sin cenar.

«¡No!» exclama él, alarmado. «¡Sin cenar, no!»

Suspiras, armándote de paciencia. Solo quieres asustarle un poco, pero jamás castigarías de esa forma a Venom, ni aunque se lo mereciera. No solo porque el hambre lo vuelve inestable y peligroso, sino también porque la falta de nutrientes lo debilita y le deja hecho polvo. Te parece que hacerle pasar hambre es un verdadero castigo físico para él, y tú jamás has estado de acuerdo con los castigos físicos.

—Está bien, vamos a cenar, ¿sí? —acabas diciendo—. Y olvidemos todo lo que ha pasado durante la última media hora.

—Será lo mejor —asiente Eddie, y se dirige severamente a Venom—. Tú, para adentro. Sales cuando vayamos a cenar, y hasta entonces te estás quietecito y calladito.

«No estaba jugando, Eddie», protesta el simbionte. «Sabes bien lo que intento hacer»

—Sin excusas. Adentro.

Normalmente Eddie es bastante tranquilo y suele ceder a los caprichos de su simbionte con tal de que este le deje tranquilo, pero a veces, cuando se molesta en serio, hasta Venom sabe que no debe discutirle.

De modo que obedece y se repliega otra vez en el cuerpo de tu vecino, el cual comienza a sacar los platos y cubiertos de la alacena donde los guarda para poner la mesa. No añade nada más y ha vuelto a adoptar una actitud casual, pero te da la impresión de que sigue disgustado.

—Eddie...

—¿Sí? —contesta, sin mirarte.

—Estamos bien, ¿no?

Por fin, deja las cosas en la mesa para fijar sus ojos en ti.

—Claro que estamos bien, ¿por qué lo dices?

—Es que tengo la sensación de que estás enojado... por lo de antes —dices, algo vacilante.

—No, no —contesta sin dudarlo un segundo—. Está bien, no me importa en absoluto. —Crees que ha terminado su respuesta, pero tras una pausa añade—. Y si estuviera molesto, no sería contigo.

—Entonces sí estás enfadado.

—Pero ya te he dicho que no va contigo. —Se detiene un momento, pensando en qué palabras elegir para explicarse—. Venom... está haciendo todas estas chorradas para presionarme, para empujarme a hacer algo que no quiero hacer.

—¿...Que no quieres hacer? —repites, confusa.

—Mejor dicho, que no debo hacer.

—¿Pero a qué te refieres?

Él no contesta enseguida, solo te contempla con sus ojos de ese intenso azul grisáceo. Ese tipo de miradas en un hombre como él deberían estar prohibidas, te dejan sin respiración. Por suerte, no pasa demasiado tiempo antes de que él aparte la vista.

—Eso... creo que ya está lo bastante caliente.

—¿Cómo?

—El asado —aclara, señalando hacia el horno con la barbilla; e inmediatamente notas un tufillo que emana de este, como de carne que empieza a quemarse—. Será mejor que lo saques del horno si no quieres que cenemos carbón.

—¡Dios, es verdad! —Apuradísima, corres hacia el horno y sacas el asado, el cual, como habías supuesto, estaba empezando a quemarse, pero por suerte lo has pillado a tiempo. Según tu experiencia de cocinera y el color de la costra, solo el exterior estará un poco más crujiente; pero el interior seguirá tierno y jugoso, si bien un pelín más pasado del punto que te gusta darle.

En fin, es lo que ocurre cuando uno no está a lo que tiene que estar. Y los líos de estos dos (y con estos dos) te distraen demasiado a veces.

—¡Venom, ya puedes salir! —llama tu vecino, a lo que el simbionte emerge al instante de su cuerpo gritando alborozadamente «¡Comida!»,

—Venga, que nos perdemos el episodio —comentas, mientras comienzas a trinchar la carne.

—¡Oye, eso huele muy bien! —añade Eddie—. Ahora yo también tengo hambre.

—Esperemos que no se haya pasado mucho...

—Seguro que no. —De nuevo, tu vecino parece relajado y de buen humor. Tal vez sea por la perspectiva de la opípara cena. Dicen que el camino más corto hasta el corazón de un hombre es su estómago. Hay otros, claro, pero tú no tienes acceso a ellos.

Después de servir el asado y los acompañamientos, os ponéis a cenar en silencio. Aunque lo de silencio es un decir: tenéis a Venom al lado devorando su ración (aproximadamente dos tercios del asado, lo que para él debe de suponer un simple aperitivo), y en la mesa no se oye otra cosa que los ruidos que hace al desgarrar, masticar y tragar. Muy poco romántico... lo que, en cierto modo, te hace sentir aliviada.

Tus ojos se encuentran con los de Eddie y te sonríe; y tú le devuelves la sonrisa.

Visto desde fuera, podría parecer que sois, no dos amigos que han quedado para cenar, sino un matrimonio en el que la esposa cocina para su marido después de que este termina de trabajar; y entre ambos lidiáis con un hijo particularmente caprichoso y glotón.

Por un momento te imaginas que eso es lo que está pasando ahí. Es una fantasía muy hogareña e inocente, muy distinta de las otras que tienes sobre Eddie por las noches. También es bastante machista y propia de los años cincuenta, no pega nada con la imagen feminista e independiente que siempre has tenido de ti misma.

Pero es la única por la cual darías tu alma por ver realizada.

Cupcakes de chocolate (Eddie Brock y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora