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—¿Eddie? —Te incorporas de nuevo, más asustada por su grito que por la extraña sensación que lo antecedió—. ¿Qué ocurre?

—Nada... —jadea él, mientras desvía la vista.

Tú frunces el ceño, un poco mosqueada: por un momento, has creído ver algo oscuro en sus ojos, pero no en sentido metafórico, sino literal. Era como si una bruma negra atravesara fugazmente sus ojos, pero ha sido tan breve que te deja dudando. Después de todo, la habitación está en penumbra... y tú has bebido bastante.

¿Otro efecto óptico? Tiene que serlo, no cabe otra explicación, ¿verdad?

Y cuando Eddie vuelve a mirarte, sus ojos tienen su lindo color azul gris de siempre, y su semblante refleja tanto pesar que todo tu recelo desaparece, siendo sustituido por lástima.

—¿Estás bien? —preguntas de nuevo, y él asiente con gesto avergonzado y aturdido.

—Sí, euh, pero... lo siento, yo... no creo que pueda seguir con esto.

—No importa —intentas tranquilizarle. Por alguna razón, te sientes culpable—. ¿Qué... qué es lo que he hecho?

—¿A qué te refieres? —se extraña él.

—Has dicho "para". ¿Estaba haciendo algo que te haya molestado? Sea lo que sea, no era mi intención... lo siento.

—Dios, no. —Eddie sacude la cabeza, contrariado—. Tú no has hecho nada malo. Eres un ángel... eres perfecta —murmura, mientras te acaricia el mentón. Su mirada se desliza de nuevo por tu cuerpo; y tú, algo avergonzada, te colocas bien el sujetador y cruzas los brazos sobre el pecho, para no sentirte tan expuesta—. Deberías ponerte algo encima o te enfriarás —te advierte, apartando otra vez la vista con amargura.

—No te preocupes... —empiezas a decir, pero antes de que hayas terminado la frase, él ha ido hasta el recibidor y regresa a tu lado con la chaqueta de su esmoquin, que deja caer sobre tus hombros.

Al hacerlo, sus dedos rozan por un instante tu hombro izquierdo y él retrocede, alejándose de ti e inspirando hondamente. ¿Por qué, de repente, no soporta mirarte? ¿O tocarte?

¿Te tiene miedo, o ha encontrado algo en ti que le repugna? Todas tus inseguridades físicas, que creías tener bajo control, salen de nuevo a la superficie: tu tripa no es completamente plana, tus muslos son algo gruesos... ¿Hueles mal, acaso? Pero él se había mostrado de lo más entusiasta con tu perfume cuando bailabais. Hasta hace un minuto, parecía encantado con tu olor, con tu cuerpo y con todo lo relativo a ti.

Entonces, ¿por qué...?

—Lo siento muchísimo... —repite de nuevo, leyendo el interrogante en tus ojos—. De verdad quería hacerlo, pero... es que...

Parece que está intentando buscar alguna excusa creíble, pero no tiene mucho éxito.

Quizás sí hay algo de ti que le repele, y no quiere decírtelo para no herir tus sentimientos. O puede que en algún momento se haya acordado de Anne y se le haya bajado todo el... interés. El alcohol también suele incrementar las probabilidades de gatillazo, incluso en un hombre joven como él.

Si es lo primero, sería humillante para ti; y si es lo segundo, sería humillante para él. En cualquier caso, los dos pasaríais vergüenza si os ponéis a hablarlo, por lo que decides no insistir en ello. Sea por el motivo que sea, está claro que esta noche no habrá fuegos artificiales.

—Está bien, no hay problema —sacudes la cabeza, restándole importancia—. Has cambiado de idea y ya está. No tienes que darme explicaciones.

Él asiente, algo nervioso, pero también agradecido. Recoge su camisa, que prácticamente le habías arrancado y arrojado al suelo, y empieza a ponérsela.

—¿Puedo usar tu baño un momento?

—Claro. —Por un momento te acuerdas de que lo habías dejado hecho un desastre, lleno de maquillaje y tus cosas para arreglarte el pelo, pero cómo vas a negarte—. Está al fondo a la derecha.

Cuando él se interna por el pasillo de tu apartamento, suspiras con resignación. Era demasiado bonito para ser verdad.

Tal vez era lo que debía pasar, te dices. Acostaros justo esta noche, la noche de bodas de Anne, no era la mejor de las ideas.

Aunque le deseabas tanto...

Pero ya, olvídalo. No era para ti.

Vas a tu habitación a ponerte algo encima, y así poder devolverle a Eddie su chaqueta antes de que se vaya. Sobre la ropa interior, te pones lo primero que pillas: una sudadera de los Warriors propiedad de otro antiguo novio y que se dejó al marcharse, por lo que ya es tuya. Ahora que se te está yendo el calentón, empiezas a notar el cuerpo frío.

Con la chaqueta del esmoquin colgada sobre tu brazo, te diriges hacia el baño para buscar a Eddie. Tras la puerta cerrada, oyes el agua del lavabo correr, y sonidos apresurados de chapoteo, como si se estuviese lavando la cara frenéticamente.

Estás a punto de llamar a la puerta para preguntarle de nuevo si está bien, o para ofrecerle un vaso de agua o lo que sea (un cupcake quizá), pero tu mano se detiene cuando oyes otro sonido: es la voz de Eddie.

En realidad, son dos las voces.

Cupcakes de chocolate (Eddie Brock y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora