—¿Qué? —te sorprendes.
—A la boda. La invitación dice que puedo llevar a un acompañante, si quiero. ¿Vendrías conmigo?
—¿Por qué? —Tu rostro se ensombrece por la sospecha—. ¿Quieres presentarme como un ligue para darle celos a tu ex... en su boda?
—¿Qué? ¡No! —asegura—. Jamás querría fastidiar a Anne en un momento como ese. Si accedieras a venir, sería solo como amigos. Yo solo... pensé que... —se detiene.
—¿Qué pensaste? —le interrogas, con los brazos cruzados y gesto inflexible.
—Está bien, fue ella quien me plantó —admite de mala gana, aunque no es nada que no hubieras supuesto ya—. La cagué a lo grande, y aunque lo intenté después no pude recuperarla. Todo el mundo que estará allí lo sabe. Y pensé... pensé... que si fuera a la boda acompañado, aunque sea por una amiga, tal vez se me vería un poquito menos patético.
Ay, Dios.
Su expresión pesarosa lo hace parecer un perrito abandonado. Un hombre guapo y con carita triste es una combinación mortífera para el corazón de cualquier mujer, la compasión derriba toda resistencia posible. Y tú no eres la excepción.
—¿Y no tienes ningún rollete o amiga a la que puedas recurrir? —Pero él sacude la cabeza.
—Tengo cierta... situación, que me dificulta tener amistades significativas.
No entiendes a qué se refiere, como no sea a que está tan bueno que no puede ser amigo de ninguna mujer porque todas querrían meterse en sus pantalones. Y, de nuevo, tú no eres la excepción, solo que él no lo sospecha.
El único amigo que sabes que tiene es ese tipo de las malas pulgas y voz rasposa con el que discute sin parar. Nunca le has visto, pero probablemente no sea la compañía más adecuada para llevar a una boda, en especial a la boda de una ex novia.
—Olvídalo —añade Eddie, con una sonrisa amarga—. Ya me ayudas bastante. Seguramente estés ocupada... o quizás incluso tienes novio, que nunca te he preguntado. Me las arreglaré.
Cierra el buzón y te da la espalda, pero tú susurras:
—No, no salgo con nadie.
Él se gira hacia ti, extrañado.
—¿Y...?
—¿Qué día es la boda? Es por saber si tengo algún compromiso anterior.
Sus ojos azules brillan esperanzados.
—¿De verdad? —Y te dice la fecha. Tú sacas el móvil y simulas consultar tu agenda.
—Pues no, no tengo nada —anuncias, aunque te guardas de decir que todos los espacios de tu agenda que no están dedicados al trabajo están en blanco. De cualquier forma, aun en el caso de que hubieras tenido algún plan, lo habrías cancelado rápidamente.
—Entonces, ¿vendrás conmigo?
—Sí. —Eddie sonríe lleno de alivio; está guapísimo cuando sonríe. En realidad no hay gesto que le quede mal, pero su sonrisa es particularmente hermosa y durante un par de segundos, tu corazón se acelera—. Pero te advierto de que estoy sin blanca, así que no pienso poner pasta para el regalo —añades con toda la severidad que puedes. Él se echa a reír.
—Eso déjalo de mi cuenta. Tú solo tienes que poner tu presencia.
—Pues con eso puedes contar. —Vuelves a aferrar tu fajo de cartas, y esperas que no se dé cuenta de la tensión con que las agarras. Comienzas a ascender las escaleras, pero él te llama una última vez:
—T/n... gracias.
—N-no es nada —contestas, y subes las escaleras corriendo antes de que el temblor de tus manos o de tu voz te delate.
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Cupcakes de chocolate (Eddie Brock y tú)
FanfictionFantasía romántica (y picante) con Eddie Brock / lectora, perfumada con el dulce aroma de unos cupcakes de chocolate y ambientada al ritmo de clásicos de los ochenta. Eddie Brock es tu vecinito buenorro del apartamento de enfrente. Te atrae una barb...